Venturosamente, el último par de semanas ha estado moviéndose la cartelera fílmica, dando ocasión de una mayor oferta para los cinéfilos. No todo es para aplaudir, pero como sea se diversifican las opciones.
Así, entre los estrenos más interesantes (y diferentes) está Epitafio, de Yulene Olaizola y Rubén Imaz, que ubica su única línea argumental ni más ni menos que en el Popocatépetl. Es el año 1519; siguiendo órdenes de Hernán Cortés, el Capitán Diego de Ordaz y dos de sus soldados se lanzan hacia la cima del inmenso volcán por razones estratégicas: quieren confirmar, como lo suponen, que hay ahí azufre, necesario para la elaboración de la pólvora requerida para concretar sus planes de conquista (en nombre de Dios y de su majestad Carlos I, por supuesto).
Todo el cuerpo de la película, no hay más, es dicho ascenso; no sólo extenuante por el extremo esfuerzo físico, sino inhumano por la carencia de los más elementales recursos y herramientas para lograrlo.
Congelándose, enfermándose, desfallecientes, los tres hombres suben y siguen, a cada paso con menos conciencia de la dimensión de su empresa, entre la neblina y el frío de la geografía, que también han entrado ya en su cabeza. Basada en Bernal Díaz del Castillo y en escritos del propio Diego de Ordaz, Epitafio es por igual el resultado de una odisea histórica y de una odisea de producción, dadas las condiciones de realización que se adivinan. Son ambas las que otorgan su resonancia e impacto al film, ambientado no sólo por el extraordinario paisaje, sino también por las tonalidades de una fotografía y un track musical completamente acordes. Al no ser una película con todo eso que encuentras en el cine ligero y “atractivo” (comercial, pues), Epitafio no es para “recomendar” del modo tradicional, sino en los términos de otro tipo de apuesta, con otro tipo de búsquedas, desde una enorme baraja de riesgos. Bajo esa luz queda recomendada aquí, tan distante del cine “de siempre”.
Y en otro orden de ideas, una tal Susana — española, guapa, volátil, no fácil de entender– está haciéndole la vida imposible a Gael García Bernal, o mejor dicho a Eligio, su personaje (que tampoco es precisamente ejemplar) en Me estás matando, Susana, de Roberto Sneider. Son marido y mujer y viven en la Ciudad de México; pero un (mal) día, Susana (Verónica Echegui) desaparece. Desesperado, cómo puede, Eligio descubre que su mujercita lo ha dejado y se ha largado a una Universidad de Ohio para participar en un taller de escritores. Eligio se trepa pues a un avión para ir por ella, qué carambas. Pero Susana ya está liada con otro tipo, aunque a ratos, ¿qué creen?: como que todavía quiere a su maridito. En ese entorno, con la cabeza revuelta en un llu-es- ei que poco entiende — y que menos lo entiende a él– Eligio, muy echado pa’delante, intenta ponerle “el pecho a las balas”. Pero en efecto, en medio de sus intentos, Susana lo está matando…
Me estás matando, Susana es una divertida comedia, que se sustenta en todo momento en el estupendo trabajo de Gael, cuya vis comédica también integra su amplio rango actoral. Hablo de una película que parte de rasgos contemporáneos muy reconocibles; principalmente, la cambiante naturaleza (o naturalezas) de las cada vez más dubitativas relaciones de pareja, y la predominancia de alcanzar metas individuales por sobre un plan de vida más “compartido” o de mutuo acuerdo. Serio como es y suena esto, Me estás matando, Susana se propuso no perder ese tono juguetón y ligero, evidente desde el guión, para dejarnos ver y “disfrutar” eso que no sería disfrutable si nos pasara. Insisto, en buena medida por la actuación de Gael, que muy bien entrega a su personaje frágil e inseguro como un tipo que, no obstante, intuitivamente se fortalece en la certidumbre de estar en un estado de “matar o morir”. Y uno lo entiende y justifica, porque Verónica Echegui (la Susana en cuestión) genuinamente está como tren.
