Cual lo avisé en la columna de hace ocho días, fui a ver por segunda vez el drama Anestesia, de Tim Blake Nelson. En ella, a través de eventos aparentemente inconexos, las vidas de diversas personas intersectan, sobre todo a partir de Walter (Sam Waterston), un profesor universitario de Filosofía (a punto de jubilarse) quien por ende se erige como el personaje nuclear del film. En su entorno confluyen principalmente –y le “tocan”, de distintas maneras– un adicto renuente a recibir ayuda (K. Todd Freeman), una esposa y madre con problemas de alcoholismo (Gretchen Mol), un marido infiel con sentimientos de culpa (Corey Stoll), una pareja en el umbral de confirmar una enfermedad terminal (Tim Blake Nelson y Jessica Hecht) y una estudiante –ojo: de postgrado– sin cabida o sentido de pertenencia al mundo que la rodea (Kristen Stewart). Así pues, no es una sino varias las líneas argumentales, que construyen, alrededor del núcleo Walter, una historia de perspectivas múltiples sobre vivir en el mundo de hoy (más y más atemorizante), sobre la dificultad de encontrar sentido (a vivir en ese mundo) y sobre las preguntas esenciales para hacerlo, o fracasar en el intento. Preguntas que justo son materia primordial de la Filosofía: ¿Qué es la vida? ¿Cómo y para qué vivirla? ¿Qué nos hace ser lo que somos? ¿Por qué nos sentimos dolorosamente solos? Y en caso de haber respuestas a todo esto, ¿es posible comprobarlas, para sentirnos seguros?
Si no en todas, Anestesia es en esta tónica una película incluso apasionante. Transcurre a lo largo de una semana e inicia con Walter comprando flores para su esposa, escena a la que el film regresará –ya cerca del final– como preámbulo a su clímax y a su desenlace. Un desenlace que no sólo une, por fin, todas las piezas, sino que también se construye desde la congruencia de su personaje nuclear y de la diaria necesidad de encontrar sentido, un propósito de vida, en medio de eventos que todos los días se empeñan en confirmar que dicha abstracción (el sentido) o ya no existe o se ha hecho imposible. De ahí pues que “Insensato, totalmente insensato”, sean las últimas palabras que escuchamos de Walter. Todo lo anterior es lo que hace a Anestesia una cinta diferente; y también cercana, absorbente y completamente comprensible, a despecho de lo que pudiese sugerir la lectura de este comentario. Sorprendentemente, por igual termina siendo optimista (no se dejen engañar por cierto aspecto de su resolución), cual el propio Walter, un verdadero pensador, lo adelanta azarosamente desde el primer acto: “Jamás creí en nada; ahora creo en todo”. Pero en efecto, Anestesia no es redonda; aquí dos ejemplos: anticipa nociones de sus personajes que la audiencia debiera descubrir por su cuenta, y (extrañamente) “sientes” la escritura del diálogo en el guion. Así, en un balance conclusivo, se trata de una película cuyos méritos y búsquedas terminan por sofocar cualquier inconsistencia, haciéndola en definitiva valiosa y realmente significativa, muy en la línea de esto otro que Walter pronuncia frente a sus alumnos: “En una era obscurecida por la falsa sombra de la insensibilidad, todos quienes hacen una pausa para cuestionar son portadores de luz”. Confío en que alcancen a ver Anestesia antes de que salga de cartelera.
En otro orden de ideas, se anunciaron las nominaciones al Oscar. Siete Golden Globes después, La la land presume ahora catorce de esas menciones, incluyendo las cuatro más importantes: a mejores película, director, actor y actriz. En cuanto a los títulos nominados a mejor film en lengua extranjera, sólo dos —El viajante (Irán) y Toni Erdmann (Alemania)– coincidieron con las nominadas al Globe para esa categoría; las tres restantes son Un hombre llamado Ove (Suecia), Tanna (Australia) y Tierra de minas (Dinamarca). En efecto, Elle (Francia), la reciente ganadora del Globe, ni siquiera estuvo nominada, por extraño que parezca. Será el 26 de febrero, justo en un mes, cuando el Oscar se entregue.