
Lo mismo sucede cuando encuentras a una mujer extranjera que no encuentra una dirección. Lo menos que puedes hacer es ayudarla a que llegue a su destino con la comodidad y tranquilidad correspondiente.
Imaginemos la escena:
Diccionario en mano, la esbelta fémina camina por la calle y admira la arquitectura de la Angelópolis. El joven de finas facciones se ubica en la acera de enfrente sacando un transmisor de la cajuela.
La pelirroja dama cruza mirada inocente y despreocupada con el apuesto varón. Ella sonríe. Él corresponde. La mujer continúa su camino y el hombre el suyo.
Horas más tarde, la paseante y el ciudadano se vuelven a encontrar. Ella sigue con el diccionario en la mano, buscando -evidentemente- una dirección. Vuelven a cruzar miradas y nuevamente se corresponden la sonrisa.
Amablemente el gallardo caballero pregunta: ¿Buscas algún lugar?
-Voy a la ciudad- responde ella con dificultad.
– ¿A qué lugar?- Insistió
Con una mirada de tranquilidad y una sonrisa amable, la trotamundos señala en una libreta, el domicilio en cuestión. Rápidamente el gentil ciudadano ubica el sitio y se dispone a trasladar a la visitante.
En algo así como diez minutos, intercambian opiniones de sus respectivos países. La extranjera viene a aprender español. El huésped domina la lengua. En algunos meses los objetivos se habrá cumplido y la europea hablará el idioma requerido perfectamente.
¿Ven? La hospitalidad y ser buen anfitrión es algo más que ofrecer tequila y “fiesta”.
De eso se trata, de ser un poblano que ofrece hospitalidad y una sonrisa siempre.
¿No creen?
Foto: josecarlosfernandez
Manuel Frausto Urízar



