En días recientes he estado frente a cuatro películas; de ellas, fue la francesa Boomerang –que dejo para el final– la que me resultó más interesante. Recorramos las cuatro. Life: vida inteligente (Life), del sueco Daniel Espinosa, es un thriller de ciencia ficción en la vena del horror. En el espacio, un equipo de científicos astronautas aísla una célula obtenida en Marte, que podría ser la primera prueba fehaciente de vida extraterrestre. Pero sus investigaciones se salen de control cuando la muestra reacciona hasta una evolución “inteligente”, que pone en peligro no sólo a los tripulantes de la Estación Espacial, sino por ende a la humanidad entera. Lo anterior se parece mucho a Alien, de Ridley Scott, que ya Espinosa y sus productores aceptaron como la inspiración para su película. Ese es el principal problema, porque formal y dramáticamente Life: vida inteligente te remite a cada rato, en demasía, a Alien, lo cual es más o menos “ponerse con Sansón a las patadas”. Así y todo Life está bien realizada y tiene momentos aterradores, siendo el inesperado giro final –conceptual, no visual– uno de ellos. Además, el cast es atractivo, abanderado por Jake Gyllenhaal, Rebecca Ferguson y Ryan Reynolds. ¿Habrá secuela? Casi seguro, considerando el tipo de “vida inteligente” que pulula por Hollywood.
En cuanto a La vigilante del futuro (Ghost in the shell), de Rupert Sanders, procede del conocido comic de Shirow Masamune. Scarlett Johansson encarna a Major, la mujer que gracias a la ciber-tecnología sobrevive a un ataque terrorista y se convierte en un soldado de élite, que enfrenta a los criminales más peligrosos del planeta. Pero como suele pasar –en medio del caso más crítico de su carrera– Major descubre que sus jefes no le han dicho la verdad sobre su pasado, que es por completo distinto. Así, Major verá con nuevos ojos tanto su encomienda vigente como su entorno, ya consciente de que (en estricto) no conoce su propia vida. Lo mejor en la película de Sanders no son sus eventos, sino el alucinante universo en que suceden, creado en un alarde de efectos visuales de nueva generación al servicio de una muy imaginativa dirección de arte. Eso no es poco, pero tampoco suficiente para colocar a la cinta en un nivel mayor. Eso sí, el body de lycra color piel de Major (Scarlett Johansson, don’t forget) nos paga el boleto, o así lo sientes. Juliette Binoche y Takeshi Beat Kitano, ambos un genuino plus, son quienes aquí la acompañan.
Por su parte, La cabaña (The shack) es quizá una cinta menor, pero de intenciones mayores. Trata de un tipo que, después de una tragedia familiar, tiene la ocasión de pasar una semana con Dios; más aún, con la Santísima Trinidad. Puesto así suena a broma o a comedia, pero lo dejo claro: no es ni lo uno ni lo otro, sino una propuesta a considerar (claro: en especial por creyentes) con la hondura que esa “posibilidad” merece. En suma, una película relevante por su contenido, más allá de lo irregular de su factura. Dirige Stuart Hazeldine –partiendo de la novela de William P. Young– y entre otros actúan, muy competentemente, Sam Worthington, Octavia Spencer y Radha Mitchell. Finalmente, el drama familiar Boomerang es un film importante. Tiene que ver con Antoine Rey, un hombre que escarba en el pasado a fin de comprender que sucedió en realidad con la muerte de su madre, 30 años atrás. Su obsesión, que parece fuera de lugar, lo distancia de su padre y enturbia otras de sus relaciones parentales. Pero en efecto: hay un secreto obscuro en la familia; el misterio que da cuerpo a la película, cuya estructura no lineal alterna la incidencia de otros personajes inmersos en la situación, tanto del pasado como del presente. Dirigida por Francois Favrat –y muy bien actuada por Laurent Lafitte y Melanie Laurent— Boomerang tarda en tomar su ritmo, en mucho por un transcurso relativamente plano. Sin embargo termina por encontrar su interés, con revelaciones que desde el pasado regresan para esclarecer (y justificar) las sospechas en Antoine. Ojalá que aguante en cartelera.