Hace unos días, el New York Times publicó una lista sobre las que considera las 25 mejores películas del siglo hasta este momento. Todas las listas son subjetivas y discutibles, pero el solo ejercicio vale la pena, porque te obliga a una dinámica no sólo de memoria, sino también de análisis y comparación. ¿Cuáles fueron las 25 elegidas por el NYT? Aquí están –a discutir, como dije– enunciadas en orden cronológico: Los espigadores y la espigadora (2000; Agnes Varda); Yi Yi (2000; Edward Yang); El viaje de Chihiro (2002; Hayao Miyazaki); Golpes del destino (2004; Clint Eastwood); Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004; Michel Gondry); Virgen a los 40 (2005; Judd Apatow); Munich (2005; Steven Spielberg); Three times (2006; Hou Hsiau-hsien); La noche del señor Lazarescu (2006; Cristi Puiu); L’Enfant (2006; Jean-Pierre & Luc Dardenne); Mi historia sin mí (2007; Todd Haynes); Luz silenciosa (2007; Carlos Reygadas); Petróleo sangriento (2007; Paul Thomas Anderson); Wendy y Lucy (2008; Kelly Reichardt); Las horas del verano (2009; Olivier Assayas); Zona de miedo (2009; Kathryn Bigelow); White material (2010; Claire Denis); Balada de un hombre común (2013; Joel & Ethan Coen); Un toque de violencia (2013; Jia Zhangke); Boyhood (2014; Richard Linklater); Intensamente (2015; Pete Docter & Ronnie del Carmen); Timbuktú (2015; Abderrahmane Sissako); En Jackson Heights (2015; Frederick Wiseman); Mad Max: furia en el camino (2015; George Miller) y Moonlight (2016; Barry Jenkins).
Me da gusto decir que, durante estos años, he comentado (justo en este espacio) varias de ellas. Me permito pues recordar algunos de los conceptos que en su momento escribí sobre cinco en particular. Golpes del destino: Película plena y conmovedora, en que el boxeo es metáfora de la vida y de su cruel fragilidad. Claro, plantea preguntas: ¿no es vivir un derecho, más que una obligación? ¿No es más amor a un ser querido –agobiado de adversidad– ayudarle a partir, que confortarlo en una condición que le es intolerable? Difícil de contestar, con tan diversos juicios y referentes pesando. Luz silenciosa: filmada en buena parte en dialecto neerlandés, se ubica entre la comunidad menonita de Chihuahua. Su foco argumental –la atracción de un hombre por una segunda mujer, en el estricto entorno mencionado– es tratado de nuevo por el director en un tono cuasi-existencial, intimista, personal, que aporta a la película un status especial, muy distinto a lo que suele recibirse de películas con parecidas premisas de partida.
Balada de un hombre común: película imprescindible acerca de tener sueños y no acertar en los caminos –ni en las decisiones correctas– para alcanzarlos. Aún ficticio, Llewyn Davis es cada uno de nosotros (o la mayoría) aferrado a lo que busca, pero enfrentado con un mundo al que eso le importa poco. Todo en este film es irresistible: una época, una atmósfera, un sonido (contextual, pero también textual), un sueño (trunco, de principio) y una forma de vivir, con una convicción siempre más fuerte que las dudas. Timbuktú: obra maestra sensible, serena, profunda, plena de humanidad, que mantiene a raya sus corceles hasta que ya no es posible. Pero aún entonces, su belleza hace justicia al tono previo, al clima global, y evita cualquier énfasis de “victimización”. Y queda entonces –poderoso– el señalamiento a propósito de un hartazgo ya en sus límites, resultado de la necesidad de cantar bajito, a escondidas, o de disputar un serio e intenso partido de futbol lejos de cualquier mirada y…sin un balón. Moonlight: Film genuinamente ineludible que ilustra el duro periplo (de la infancia a la adultez) de un varón de color residente en un barrio marginal de Miami. Ese camino traduce en un proceso no sólo de resistencia y supervivencia, sino por igual de encuentro: con él mismo y con lo único que parece abrirle un espacio de pertenencia y conexión. Cinco para ver de nuevo, en cuanto se pueda.