Siempre es grato ver cine mexicano, y últimamente ha habido bastante; lástima que siga siendo mucha la distancia entre cantidad y calidad. Me asomé a Cómo cortar a tu patán, de Gabriela Tagliavini, que tiene sus momentos, pero tampoco mucho más. Se refiere a Amanda (la talentosa Mariana Treviño), terapeuta –o algo similar– que se gana la vida justo así: ayudando a buenas chicas a “batear” a esos bad hombres que son sus novios. Es excelente para eso y sus consultas van viento en popa. El día que conoce a Pepe (Sebastián Zurita), el nuevo novio de su hermana Natalia (Camila Sodi), Amanda decide, sin que nadie se lo pida, utilizar sus dotes separatistas para impedir la relación, dado que, en efecto, el Pepe ese es…un patán. Y como “un clavo saca otro clavo” —Amanda dixit– ¿quién mejor que Leo (Christopher Von Uckermann), amigo de Natalia, para distraerla y, por qué no, enamorarla? Un plan perfecto, que días después ya no lo es tanto, y al rato menos aún, convirtiéndose al paso del tiempo incluso en una muy mala idea. ¿Por qué? Porque life happens, dicen los enterados. Tanto es así que, en algún momento, Amanda se convierte en su propia “paciente”.
Sin que lo justifique su carácter de comedia, Cómo cortar a tu patán sucumbe a la verborrea, a lo que además se suma el empeño de que casi cada línea de diálogo suene “trascendente”, muy neta del planeta, lo que no parece lo mejor para una mera comedia de enredos. Eso sí, Mariana Treviño se luce (con toda la película a cuestas), cumpliendo con efectivo carisma un desempeño acaso media “rayita” por encima de lo necesario, en favor de mantener el tono algo descocado y muy urbano buscado por la directora Tagliavini. Al final del día, el resultado es una cinta igual grata que inofensiva; bastante aséptica a despecho de sus expresiones altisonantes, cuyo abuso las desgasta tanto que dejan de ser “graciosas”(?) para tornarse rutinarias. ¿Pero saben qué? La gente a mi alrededor reía mucho, haciéndolo exactamente donde la película lo tenía planeado. Reconozcámosle eso a Cómo cortar a tu patán, realizada justo para divertir a un grueso de cinéfilos en busca de un buen pretexto para soltar risotadas. No es mucho, pero tampoco menos ni desdeñable, en especial en los momentos que corren.
La otra película a la que me asomé –más bien decepcionante, a pesar de la presencia en ella de Ellen Page y de “nuestro” Diego Luna– fue Línea mortal al límite (Flatliners), del danés Niels Arden Oplev, remake de aquella a la que meramente conocimos como Línea mortal (Flatliners, también), realizada en 1990 por Joel Schumacher. Tiene que ver con un grupo de estudiantes de medicina que decide aventurarse y explorar lo que significa estar muerto, sin rebasar esos 2-3 minutos en los que tus colegas aún pueden resucitarte. La versión de 1990 no era del otro mundo, pero gana al compararlas. Porque esta nueva se pierde en el camino al no decidir –y menos concretar– si ser ciencia-ficción paranormal, horror, o un thriller con intenciones de expiación(?). Como sea, se queda bastante corta en los tres casos, empeorando con la mescolanza. Por cierto, Diego Luna se siente como miscasting, y no lo digo por encarnar al inteligente del grupo. Eso sí, antes y ahora, la premisa de partida de Flatliners sigue siendo enigmática y sugerente.
¿Y qué otros estrenos hay para ver? En especial el drama El porvenir, de Mia Hansen-Love, con la maravillosa Isabelle Huppert, ahora mismo una de las mejores actrices del planeta. La directora Hansen-Love obtuvo por este trabajo, en el Festival de Berlín 2016, el Oso de Plata a mejor dirección. Por igual conviene acercarse al drama de familia Fátima, de Philippe Faucon, galardonada con el César como mejor película francesa de 2015. Lo demás está claramente en menor nivel de interés, aunque –como siempre– el “¿qué se me antoja ver?” es a fin de cuentas lo que resulta mandatorio.