No hay mucho que decir de Geotormenta, la más bien desafortunada ópera prima de Dean Devlin como director. Sin ser terrible, tampoco alcanza algún nivel de calidad al menos mediano. Tiene que ver con una serie de satélites “reguladores”, que protegen al planeta de desastres originados por cambios climáticos extremos. Pero cuando el control y operación de esos satélites cae en manos corruptas, el mundo enfrenta la posibilidad de una aniquilación casi total. Poco fundamento –y un rango de reflexión aún menor– conducen a este thriller de acción sci-fi al siempre indeseable status de lo rutinario, más allá de algunos efectos visuales decorosos. El muchacho de la película (decía mi abuela) es Gerard Butler, si bien tratando de ser Bruce Willis. Le acompañan Jim Sturgess, Abbie Cornish, la rumana Alexandra María Lara y, aunque no lo crean… Eugenio Derbez. ¿Se lo pueden imaginar como uno de los científicos/genios a cargo de una estación especial? Yo tampoco. Eso sí, aparece siempre con cara de “estoy-a-nada-de-hacerlos-reír-porque-en-realidad-soy-comediante”. Hoy día, a Hollywood aparentemente ya no le preocupan este tipo de cosas. Geotormenta queda pues como opción, a su riesgo.
La que sí vale mucho la pena es El porvenir, de Mia Hansen-Love (bonito nombre, ¿no?), con la siempre notable Isabelle Huppert. La semana pasada adelanté aquí mismo que es un drama por el cual la directora Hansen-Love obtuvo el Oso de Plata a mejor dirección en el Festival de Berlín 2016. Huppert encarna a Nathalie, profesora de Filosofía, casada, madre de dos hijos, quien además está al pendiente de su propia madre: una mujer manipuladora que, para llamar la atención, se declara siempre enferma. Tal es el presente, lo acostumbrado, de Nathalie, sin sospechar la cascada de cambios que están por echársele encima. Será cuando, sí o sí, se vea obligada a reconstruir su cotidianidad, justo para mirar bien y de frente al porvenir. El porvenir es un film que, sin enjuiciarlos, explora varios temas: la fragilidad humana, la incertidumbre, los dilemas de la soledad, pero también la libertad y, finalmente, la Filosofía. Sí, la Filosofía, más como oasis que como disciplina intelectual; más como faro que como escudo protector. Y en medio de todo eso, el tono sereno elegido por Mia Hansen-Love para contar la historia, igual que la actuación perfectamente modulada de Isabelle Huppert, entregando con precisión tanto las fortalezas como las inseguridades de su personaje. El porvenir es todo un bocado, que ojalá permanezca en cartelera por mucho tiempo.
¿Y cuál es el “porvenir” de la oferta cinematográfica para nuestras salas? Por lo pronto, no debe tardar Un papá singular (Brad´s status), melodrama escrito y dirigido por Mike White, tipo al que guardo mucho respeto desde aquel su guion Una buena chica (2002), que dirigió Miguel Arteta. Actúan, entre otros, Ben Stiller, Jenna Fischer y Michael Sheen, y créanme: lo que White firma suele ser garantía, por lo que conviene estar atentos a Un papá singular. Además (aunque maltratada por la crítica), ya también asoma The only living boy in New York, que infortunadamente se distribuye en México con el horrendo título de La amante de mi padre (que además anticipa en exceso ciertas cosas). Más allá de su comédico nombre en español, aparentemente es un drama. Dirige Marc Webb, con actuaciones de Pierce Brosnan, Kate Beckinsale y Jeff Bridges. En todo caso, la presencia de la linda Beckinsale seguro nos paga el boleto. Y ya también es inminente –entre lo mejor del año, según algunos– Por eso lo llaman amor (The big sick), de Michael Showalter, que al momento ha ganado el premio del público en cuanto Festival se ha presentado. Focaliza en la relación sentimental entre un comediante de origen pakistaní y una joven all-american, a la que complican sus diferencias culturales, las intromisiones de familia y, eventualmente, la enfermedad que ella contrae. Sean bienvenidas las tres.