Recién tuve ocasión de ver el musical Mamma mía! vamos de nuevo, secuela de la original Mamma mía! del 2008. El tiempo transcurrido entre ambos argumentos es de cinco años, encontrando a Sophie (Amanda Seyfried) en vísperas de la gran fiesta de reinauguración del hotel de Donna, su madre fallecida. En apariencia todo marcha bien, pero una serie de imprevistos modifican el panorama, lo que lleva a Sophie a reevaluar las prioridades en su existencia, lo cual también, de muchas formas, la acerca y “conecta” con eventos similares del pasado de su madre. Para ello, la película igual permite acceso al presente de Donna cuando joven (Lilly James), cuya desenfadada rebeldía la llevan hasta esa isla griega que definió su futuro y perfiló el de aquellos que la rodearon. Así, Sophie va comprendiendo a cabalidad la dimensión de las vivencias de su madre en el pasado –sola y muy joven– y las muchas coincidencias de fondo entre las vidas de ambas. Además, para catalizar todo (o para matizarlo), Sophie descubre que está embarazada. Suerte para todos que en el aire floten las canciones del grupo Abba, cuyas letras van orientando las acciones y reflexiones pertinentes para que las cosas se arreglen.
Mamma mía! vamos de nuevo, dirigida por Ol Parker, es de hecho mejor que su antecesora, si bien aquella nos tomó por sorpresa (y de ahí mucho de su impacto). Repiten en ella, además de Amanda Seyfried, los tres “posibles padres” –Colin Firth, Pierce Brosnan y Stellan Skarsgärd– e incluso Meryl Streep (al final, sólo unos minutos), con tres atractivas incorporaciones: la ya mencionada de Lilly James, nuclear; la de Andy García, y la de Cher, en el rol de la abuela, que limpiamente se “roba” al menos un par de escenas. Todos juntos, más el soundtrack, tan familiar y grato, suman para un recorrido genuinamente disfrutable, que hasta en sus momentos tristes irradia luz, esperanza, que es a fin de cuentas lo que (de común) uno desea recibir del cine. Y si además eres fan de los musicales –mi caso particular– la película escala al rango de una delicia, con el riesgo de siempre: adiós objetividad, porque a las delicias se les perdona todo. Y Mamma mía! vamos de nuevo lo es, aunque pueda sentirse reiterativa, aunque el personaje de Andy García casi no tenga peso específico, aunque Pierce Brosnan se perciba incómodo bailando y cantando, y aunque los saltos en el tiempo –de Sophie a Donna joven y de regreso– ocasionalmente generen cierta confusión. Pero insisto, la cinta es una delicia, con el no tan prosaico plus siguiente: las piernas de Lilly James.
En cuanto al documental Chavela Vargas, me acerqué a él con escepticismo pero bien vale la pena. Su origen está en material inédito de los 90s, complementado a lo largo de los años con clara veneración hacia el personaje, sin que esto edulcorara o higienizara la mirada de sus directoras Catherine Gund y Daresha Kyi. En efecto, la intérprete Isabel Vargas Lizano —Chavela Vargas— fue una mujer singular, valerosa, polémica, auténtica, vanguardista, arriesgada, siempre consciente de las eventuales consecuencias de todos estos rasgos. Así la revela, de cuerpo entero, este absorbente documental, construido –amorosa y profesionalmente– con fotos, videos y testimonios sobre ella como artista, como mujer y como mito, frecuentemente en medio del escándalo. Así, la propia Chavela, y célebres como Almodóvar, Eugenia León, Tania Libertad, Martirio, Miguel Bosé, nos platican sobre ella (lo correcto y lo incorrecto), al igual que otros que la conocieron de cerca, para un retrato en verdad conmovedor de una genuina iconoclasta cuya vida y espíritu libres se hace obligado conocer. Pero algo estorba un poco en Chavela Vargas: con cierta frecuencia, la irrupción en cámara de algunas entrevistadoras eufóricas ante su diosa, distrayendo con su presencia y su parloteo excesivo. Rebasar intimidad y distancia nunca ha sido bueno; menos aún en este film sobre una mujer sensible, solitaria y tan de sus espacios.