Durante semanas Cinépolis vino anunciando un mes de películas de Alfred Hitchcock, lo cual brinda a todos, pero de manera especial a los millennials, la inusitada oportunidad de conocer al Mago del Suspenso en pantalla grande y en un ambiente de obscuridad, en vez de a través de sus laps, de sus iPhones o simplemente de la televisión. Hitchcock nació en 1899 –cuatro años después que el cine– y murió en 1980, cuatro años después de realizar Trama macabra (Family plot), su última película. Se le considera, sin objeciones, “el más sutil manipulador de los miedos y deseos del público”, capaz de trascender (y de obviar) las restricciones artísticas del llamado Studio System. Su nombre generó siempre –lo sigue haciendo– inmediatas expectativas. Sus films juegan con los nervios de la audiencia, con temas tabú asumiendo roles clave, aunque usualmente en tono de comedia negra. Dicen los que saben que comprendió como nadie la artesanía del cine, y que como nadie la expresó con virtuosismo. Planeaba meticulosamente cada toma, lo cual tornaba innecesario filmar material adicional. ¿Perfeccionismo? Sí; pero también la consecuencia: sus productores no tenían cómo modificar o reeditar sus films.
Es de reconocerse que quien forjó la leyenda de Hitchcock fueron los nuevaoleros franceses. Esos jóvenes críticos que después se harían directores –Truffaut entre ellos– que lo hicieron verdadera inspiración de la política de autor (alguien dijo que los numerosos cameos en sus películas, en cierta forma equivalen a la firma del artista en una pintura). De hecho, el también director John Frankenheimer sostenía esto: “Cualquier director norteamericano que niegue estar influenciado por Hitchcock, está loco”. Y si de hitchcockismos se trata, aquí tienen estas seis perlas: 1) Haz siempre que el público sufra tanto como sea posible. 2) Frecuentemente el director no es mejor que su guion. 3) No hay angustia en un estallido, sino en su inminencia. 4) El terror se relaciona con la sorpresa, mientras que el suspenso lo hace con la advertencia. 5) Un film gusta por su contenido, pero el arte del cine está en el estilo y la forma en que la historia es contada. 6) A un cineasta no le corresponde decir cosas, le corresponde mostrarlas. ¿Qué tal?
En fin, Hitchcock está de nuevo entre nosotros (y en pantallota), con estas películas, hasta el 25 de noviembre: Vértigo (1958), considerada obra maestra casi unánimemente (¿o son muchas las películas con calificación de 10 perfecto entre los críticos?). Psicosis (1960), tal vez su film más popular y mediático; la escena de la regadera sigue siendo una de las más conocidas y citadas de la historia del cine. Los pájaros (1963), la película más cercana al horror hecha por Hitchcock, cuyo interés principal no era ese, sino el suspenso. Marnie (1964), con Sean Connery y Tippi Hedren haciendo pareja. No le fue muy bien con la crítica, pero –pregúntenlo al público– “sigue siendo una película Hitchcock”. Pacto siniestro (Strangers on a train; 1951), sobre la posibilidad de probar esta teoría: “dos completos desconocidos pueden salir impunes de un asesinato”. Intriga internacional (North by northwest; 1959) –una de mis favoritas– que reunió a Cary Grant y a Eva Marie Saint. Un thriller de espionaje cuyo resorte es la confusión de identidades. La ventana indiscreta (Rear window; 1954), otra de las grandes consentidas de los críticos, con James Stewart enyesado y en silla de ruedas, pero también con binoculares potentes y una gran curiosidad por lo que hacen sus vecinos (asesinar, por ejemplo). Y finalmente, Para atrapar al ladrón (1955), filmada en Francia y en Mónaco, con Cary Grant y Grace Kelly envueltos en los riesgos e intrigas del robo de joyas entre la aristocracia. La verdad, todo un banquete, como hace ya rato no teníamos en Puebla, excepto por la retrospectiva de Stanley Kubrick. Y es Janet Leigh quien termina esta columna por mí: “Eso hizo Hitchcock. Una regadera, un pájaro. Cosas absolutamente ordinarias, él las hizo extraordinarias”.