Los dramas de familia son siempre apasionantes; y esos en los que la familia pierde, de la forma que sea, a uno de sus miembros, resultan también dolorosos. De hecho, una de mis películas favoritas justo es un drama de familia así: La habitación del hijo (La stanza del figlio), de Nanni Moretti, ganadora en su momento (2001) de la Palma de Oro del Festival de Cannes, entre otros muchos premios. Ahora mismo está entre nosotros un drama con esos rasgos, Las olas (Waves), de Trey Edward Shults, cuyo núcleo es una familia afroamericana de Florida: Ronald (Sterling K. Brown), el padre, amoroso pero dominante; Catharine (Renée Elise Goldsberry), la madre –madrastra, de hecho– quien no ve a la descendencia de su marido como hijastros, sino como hijos; el primogénito, Tyler (Kelvin Harrison Jr.), atleta colegial que depende de ello para una eventual beca universitaria, y Emily (Taylor Russell), la menor, de perfil bajo, que se asimila todos los días a la evidente atención sobre su hermano. Por cierto, Tyler mantiene una relación sentimental con Alexis (Alexa Demie) que se percibe cuasi-obsesiva más que sólida. Así las cosas y así los días en la familia, marcada por la latente tensión que genera Ronald por su exagerada presión hacia Tyler para que se obligue a la “grandeza”. Así las cosas, pues, hasta la imprevista situación que mueve a Alexa a romper con el chico. Devastado y confundido, Tyler se descontrola y reacciona equivocadamente; el preámbulo y origen para que la vida les cambie a todos. El relativo orden y suavidad de sus “olas” se trastoca en una marea turbulenta y crispada; tiempos de embestida, de duelo, de padecer, pero también –a contracorriente, claro– de perdonar, de recomponer, de cambiar.
Las olas está contada como dos historias: la de Tyler y sus respectivas relaciones con su padre y con Alexa, y la de Emily, que impensadamente asume el protagonismo mayor en la 2ª mitad del film. La historia de Tyler es íntegramente el cuesta abajo; la de Emily, el dificultoso/incierto cuesta arriba, impulsado por un 6º personaje: Luke (Lucas Hedges), quien se interesa por la apagada Emily, motivándola –sin siquiera darse cuenta– a florecer en la mejor versión de sí misma. El director Shults entrega la hondura de todas estas emociones con una fuerza visual que combina colores, música, formatos, transiciones, en sinergias que algo distraen al principio, pero que al paso se justifican para llevarte por un argumento de evidentes vigencia y humanidad. Es decir: quedas aún más atrapado en lo que pasa, justo por la exuberante manera en que dichos eventos se narran: clara, armónica y contundentemente, para la gradual construcción de una experiencia cinematográfica que se ubica muy por encima de los promedios y de lo acostumbrado. Así, Las olas ya promete que será –aun siendo temprano– de las mejores y más completas películas que se vean este 2020, a la altura de cualesquiera valiosas que irán surgiendo. Imprescindible como es, ojalá que nadie se la pierda.
Por último, decir que ya es inminente la más reciente película de Roman Polanski: El acusado y el espía (J’accuse), en torno al célebre caso Alfred Dreyfuss (encarnado aquí por Louis Garrel) y la decisiva intervención de Emile Zola para revertir una flagrante injusticia. La película obtuvo en Venecia tanto el Gran Premio del Jurado como el Premio FIPRESCI. Y por igual no tarda el docu Familia de medianoche, de Luke Lorentzen, que pude ver en el FIC-Guadalajara justo hace un año. Parte del hecho alucinante de que en CdMx sólo hay 45 ambulancias públicas de emergencia, para casi 10 millones de personas. La “alternativa”: paramédicos privados sin registro, que por supuesto cobran sus azarosos servicios (el traslado y la atención) en medio de una jungla nocturna de fatalidades, oportunismos, negligencias y corrupción. Un film alternativamente jocoso, doloroso, surreal –espeluznante a ratos– realizado sin morbo y con refrescante azoro. Atentos a él.