Transcurrida una semana más de estar en casa –protegiéndonos de la pandemia– les propongo ahora incursionar por el cine “no-ficción”, así como revisitar dos films de Alejandro G. Iñárritu. Los ubico aquí, deseando sea útil para un eventual visionado…
Janis: chica azul (2015), de Amy Berg. Documental construido con imágenes de archivo –tan nostálgicas como poderosas– a partir de las líneas trazadas por diversas cartas escritas por la extraordinaria Janis Joplin, principalmente a sus padres. Nos lleva por su evolución hacia el estrellato, pero al mismo tiempo a través de una existencia convulsa, en ocasiones muy difícil, revelada por entrevistas a sus hermanos, a sus amigos de juventud y a sus compañeros músicos. Un testimonio imperdible sobre una Janis esencialmente rebelde, siempre fragilizada por su necesidad de afecto y reconocimiento. Sobra decir que el soundtrack es superlativo, con piezas como Summertime y, claro, Me & Bobby McGee.
Muchos hijos, un mono y un castillo (2017), de Gustavo Salmerón. Documental cuyo personaje es Julia, madre del realizador, revelada en toda su extraordinaria sencillez y temple; una matrona natural, de edad avanzada, que planta cara a cualesquiera adversidades y caos. Es una carta de amor, sin que apenas te des cuenta. Encuentra con inteligencia y verdad las aristas de valores genuinos –amor de familia, convivencia, solidaridad– igual que las aristas del vivir cotidiano: alegrías, preocupaciones, deseos, búsquedas, crisis sociales y económicas, etc. Un film tan fresco y desenfadado como su personaje, al que contempla con azoro en la plenitud de sus hondas convicciones y simpatía.
Rostros y lugares (2017), de Agnes Varda y JR. Documental en el que los creadores recorren Francia para encontrar justo “rostros y lugares”: gente en sus comunidades, con sus recuerdos, para retratarlos y adornar con esas fotografías (¡de tamaño monumental!) sus casas, sus fachadas, sus espacios, su hábitat todo, como una manera de “rescatar” a esas personas, de alegrarlas, de que florezcan de nuevo. Hermoso y entrañable trabajo, juguetón y divertido, que en el camino incorpora muchas lecciones. Por ejemplo –una suerte de manifiesto— la posibilidad presente de recuperar la felicidad compartida.
Biutiful (2010), de Alejandro G. Iñárritu. Ante la cercanía de la muerte –a contrarreloj– Uxbal (Javier Bardem) inicia un itinerario esencial de redención, desde la obscuridad connatural a cuanto le rodea, en medio de sus atemorizantes escenarios físico e íntimos. En esencia un profundo estudio de personaje, sustentado en la brillante actuación de Bardem, pero también un cruce de caminos: larga y sombría para ser entretenimiento; incómoda para ser arty film, y muy lineal –de foco único– para desencanto de los fans del cine “a-la-Iñárritu” de capas diversas. En apariencia todo es dual, ambiguo o apenas subyacente, ante un espectador obligado a especular en exceso, a pesar de la notable fotografía de Rodrigo Prieto sobre los contornos y enigmas del rostro de Uxbal y sobre los inquietantes recodos de una Barcelona periférica que uno no quiere conocer.
Birdman (2014), de Alejandro G. Iñárritu. Un actor otrora célebre por encarnar en películas al superhéroe Birdman, se empeña en un “regreso” a la popularidad a través de la puesta en escena de What we talk about when we talk about love; pero aún antes del estreno todo comienza a ir mal. Siempre interesante, en Birdman desconcierta que ciertas cosas pasen “porque sí”, o eso parece por falta de indicios más puntuales. Desconcierta también la elección, como recurso narrativo, de ese aparente plano-secuencia único de 119 minutos, cuando el tiempo argumental es de varios días. Pero es palpable el depurado dominio que del oficio fílmico ha alcanzado Iñárritu. Más allá de sus (muchos) alardes, el film canaliza de manera sobresaliente su apuesta y termina ofreciendo un show total, oscilando entre la comedia negra –lo menos importante– y la oda (o algo parecido) a la urgencia de vivir.
