En nuestros ciclos para el encierro, toca el turno al Melodrama, ese género tonal que –según afirman– no se dirige a la razón del espectador, sino a su corazón, un territorio fértil donde “ya cualquier cosa puede pasar”, dicho de manera mundana. Aquí propongo cuatro melos que a mí me resultaron muy gratos. Deseo merezcan su aprobación.
Amor a la carta (2013), de Ritesh Batra. En Mumbai, un oficinista viudo a punto de jubilarse, y una joven ama de casa con problemas en su matrimonio, hacen contacto a través de notas escritas, insertas en las vasijas de comida de un servicio por entrega. Así se vinculan dos desconocidos, hombre y mujer, de generaciones distintas, con encrucijadas diferentes, que se consuelan y aconsejan a la distancia desde su anonimato, en una mega-urbe enloquecedora y despersonalizada. Todo es relativamente accesorio, excepto el diario intercambio epistolar, cuyo vaivén encierra el promisorio alborozo de una vida nueva, verdadera y con sentido. Amor a la carta ofrece eso: una historia tierna, simple, entre dos seres marginales. Él, por la edad y la soledad; ella, por el abandono de un marido que no se ha ido. Se buscan pues porque se necesitan, sin verse, truncos en sus intentos de acercarse.
Una segunda oportunidad (2013), de Nicole Holofcener. Dos divorciados —Eva y Albert— tienen desde el primer día una química fantástica. Sólo que Eva se hace amiga de Marianne, sin saber que es la ex-esposa de Albert. Al descubrirlo (sin mencionarle que sale con él), Eva aprovecha las charlas con Marianne para saber todo lo posible sobre el tipo, lo que gradual e inevitablemente enturbia su percepción. Claro, cuando esto se descubre, Eva queda en entredicho. Melodrama sobre la necesidad de enfrentar tus errores, en sincera revisión de cuán complicado se ha vuelto relacionarse como pareja, sea en el matrimonio o en la mera interacción de salir “para conocerse”. Film que ofrece casi todo: un argumento reconocible e inteligente; humor, dolor, azar, ironía; un conflicto en el que va mucho en juego y, por ende, emoción. Justo la emoción por la que vamos a ver películas.
Un viaje de 10 metros (2014), de Lasse Hallström. Ilustra los desencuentros y eventual relación entre los respectivos dueños de dos restaurantes ubicados a sólo metros de ditancia, en la villa francesa de St. Antonin. Uno es de alta cocina, manejado por Madame Mallory (la siempre extraordinaria Helen Mirren); el otro, un restaurant familiar de comida hindú, a cargo del patriarca e hijos del clan Kadam, llegados de Mumbai para recomponer sus vidas. Lo que inicia como rivalidad de negocios, al paso se convierte en una confrontación cultural más que de razas, no exenta de cierto tono de intolerancia. Pero cuando el corazón se abre para comprender al otro, cuando la razón impera sobre los prejuicios, cuando la fraternidad genuina se impone sobre las diferencias, surgen historias y películas como esta, que es simple pero también resonante, inteligente y cautivadora.
Yo antes de ti (2016), de Thea Sharrock. Lou (Emilia Clarke), una joven con apuros económicos, se contrata como cuidadora y compañía del millonario Will (Sam Claflin), cuadrapléjico desde un trágico accidente vial. Ella es optimismo y vida; él, sobra decirlo, está amargado justo por lo contrario. Con absolutamente nada en común, y sin pretenderlo siquiera, Lou y Will acuñan (a su manera) una historia propia: un romance contra todo pronóstico, que escala incluso a pesar de ellos mismos. No una película mayor, pero sí grata y emotiva. Su luz es Emilia Clarke, tanto como Lou es la cálida luz de Will en el argumento (de hecho, la joven parece estar interpretándose a sí misma). Si bien susceptible de algunas objeciones (la principal, relativa a cierta decisión del postrado joven), Yo antes de ti es en esencia una película sin trampas –reconocible y finalmente inspiradora– diseñada no sólo para reír o “lagrimear”, sino también para pensar y sentir. Justo lo que hacemos a diario, según el carácter y la fuerza de las circunstancias.
