Sea esta una entrega más de nuestros ciclos para el “estar en casa”. Toca turno al Drama, género tonal que marca y transforma las vidas de los personajes inmersos en sus argumentos. Propongo en orden alfabético estos cuatro films, todos relativamente recientes.
La maestra del kínder (2018), de Sara Colangelo. Lisa, profesora de mediana edad que trabaja con párvulos, descubre boquiabierta el talento para la poesía de Jimmy, uno de sus alumnos (de sólo 5 años) y se obsesiona con la idea de “protegerlo”. Pero Lisa no sólo se conmueve; también se trastoca de formas insospechadas. Pausada pero inequívocamente –por cómo y cuánto Maggie Gyllenhaal (Lisa) se absorbe en su personaje– La maestra del kinder va tornándose un film espeluznante, que se arriesga a la sensación de que narra algo que no es creíble. Sin embargo le creemos, dejándonos conducir por los vericuetos de un discurso que tiene giros incómodos, complejidad psicológica, urgencia emocional y sentimientos inquietantes. Además, Lisa está poco explicada –no tiene backstory— lo que sorprende y nos deja en libertad de hacer todo tipo de conjeturas. Una película pues retadora, absorbente y de tensión alta, aunque su fachada diga otra cosa.
Manchester frente al mar (2016), de Kenneth Lonergan. Al morir su hermano, Lee debe hacerse cargo de su sobrino adolescente, con quien no acierta a llevarse bien. Pero la película narra además, en flashbacks, lo sucedido a Lee ocho años antes: un pasado trágico que lo marca para siempre, transformándolo en otro hombre, prácticamente anulado ante la vida. Película tensa, frecuentemente perturbadora, con segmentos muy tristes, que no por ello es menos notable. Sus temas son filosos: pérdida, culpa, urgencia de expiación, en un entorno de familia trunca, de familia rota, que es familia al fin y al cabo. Manchester frente al mar es un poco el ring de la vida, en el que los boxeadores son un hombre “marcado” y un joven encaprichado, en un entorno de duelo y confusión ante escenarios desconocidos e incomprensibles (reitero: la vida misma, pero en una de sus facetas de arpía). Sin embargo, siendo dura y sin concesiones, la cinta también sustenta espacios para la esperanza y la redención, que justo apuntan al volátil pero cuasi-indestructible marco de ser familia.
Muerte misteriosa (2017), de Taylor Sheridan. En la nevada Wyoming rural, una jovencita native-american es asesinada. Una novata agente del FBI y un cazador local unen esfuerzos para encontrar a los asesinos de la chica, otrora mejor amiga de la hija del cazador, asesinada también –años antes– en circunstancias similares. Drama construido con los modos y la estructura de un western clásico, aunque sin la presencia de su parafernalia genérica. Su tono de inmensidad, languidez y desesperanza se altera dos o tres veces con escenas de una brutalidad tanto disruptiva como definitoria. La belleza y el cruel verismo del paisaje juegan un papel importante como marco (inhumano, desatendido, distante) para tragedias así, relativas a mujeres nativas. Un film extraordinario, más allá de su personalidad de bajo perfil, que le viene, con naturalidad, de dentro hacia afuera.
Siempre Alice (2014), de Richard Glatzer y Wash Westmoreland. Relativamente joven, Alice (Julianne Moore) es una investigadora universitaria a la que diagnostican Alzheimer. Consciente de su enfermedad –y cada vez más asustada– Alice define así su situación: “Solía ser alguien que sabía; ahora ya nadie solicita mi consejo. Era curiosa, independiente. Extraño estar segura de las cosas y hacerlas fácilmente. Extraño formar parte de cuanto sucede. Extraño sentirme deseada. Extraño mi vida y a mi familia”. Una cinta demoledora; no parece haber mejor ni más seria manera de exponer enfermedad tan terrible. Triste como es su historia, Siempre Alice establece –al narrarla– el compromiso urgente de ahondar en el conocimiento del Alzheimer y de sus implicaciones, tanto desde la perspectiva de quien lo sufre, como en la de las familias inmersas en el proceso.