Las películas de comedia; siempre consentidas de los cinéfilos por optimistas, ligeras y divertidas, en las que de común no hay vencedores ni vencidos, sino acaso personas imperfectas enredadas en situaciones cotidianas (o no tanto) que se complican, pero que a la larga –después de algunos raspones– resultan bien. Dejo aquí un pequeño ciclo de comedias de este siglo, en orden alfabético, para su disfrute en casa.
De Roma con amor (2012), de Woody Allen. En el marco idílico de Roma –en el que además de lo “natural”, también cabe lo absurdo– confluyen una pareja de recién casados, un don-nadie que se amanece con la novedad de ser famoso, un arquitecto en busca de su pasado (que se descubre en otro en busca de su futuro) y un director musical jubilado, deseoso de volver al trabajo. A partir de un cast muy confiable, Woody Allen encauza su imaginación fusionando lo real-irreal, y lo factual-improbable, con lo surreal resultante, para una película disfrutable pero de rigor cuestionable: ¿una escenificación de Pagliacci mientras el intérprete se ducha? ¿Un don-nadie que lamenta volverse famoso? ¿Un provinciano que considera pesadillesca la posibilidad de un affaire con el alter-ego de Penélope Cruz? ¿Una joven insegura que insiste en que su novio conviva con su irresistible amiga sexy? Es así que De Roma con amor se trasciende a sí misma, de comedia romántica a comedia fantástica.
Entre copas (2004), de Alexander Payne. Presenta la escapada de dos amigos, Miles y Jack, por la ruta de los viñedos californianos, en viaje de “adiós a la soltería” del segundo. El periplo, de ocho días, queda marcado por la aparición de dos chicas. La tórrida relación de Jack con una de ellas cambia el tono y las intenciones del viaje; además, una serie de eventos –desafortunados la mayoría– derivan en la definición vital de los cuatro personajes. ¿Y la inminente boda? Aguda, irreverente película sobre el corazón masculino –jocosa pero espeluznante– que se las arregla para ser igualmente entretenida, inteligente, reconocible, auténtica y conmovedora. Tanto un hallazgo como una gema.
La muerte de Stalin (2017), de Armando Ianucci. Moscú, 1953. Inesperadamente, muere Stalin; con lo cual –en medio de un caos de pánico, confusión y ambiciones– todos los “Camaradas Ministros” del Comité Central luchan por salir bien librados, de la única forma que se les ocurre: apoderándose del mando antes que los demás. Comedia satírica sobre el poder no como ese atributo temporal que te da la posibilidad de servir, sino como un bien que de ninguna manera debe perderse. Aguda, muy divertida –y también crítica– sacudida a las dictaduras y su noción del poder (a todas de hecho, aunque aquí el núcleo contextual sea la Unión Soviética). Su irreverente estilete remite en cierta forma al cine de los Coen, si bien con matices más sutiles pero no menos devastadores.
500 días con ella (2009), de Marc Webb. Narra como Tom Hansen (Joseph Gordon-Levitt) se enamora –fuerte– de Summer Finn (Zoey Deschanel). Pero claro, no todo sale según lo planeado. Comedia romántica que declara “no ser una historia de amor”, rasgo que autoriza el personaje de Summer, la muchacha promedio que confiesa no creer en el amor porque no lo ha conocido en sus relaciones previas. Así que Tom se enamora de alguien que un ratito es su alma gemela, pero al otro, una loca de remate; territorio comanche que, por familiar, hace que nos enganchemos a los eventos. Más inteligente, punzante y observadora que las obras promedio del género. Su final no es feliz a la manera típica, pero lo es en su mirada de futuro: después del verano (Summer), pues siempre hay…Autumn. El soundtrack es fantástico, con canciones elegidas en el tono de aparente fragilidad e inocencia de la película. Entre ellas: Us (en la voz de Regina Spektor), She´s like the wind (Patrick Swayze y Wendy Fraser), You make my dreams (Hall & Oates) y Bookends (Simon & Garfunkel).