El regreso en Puebla del “cine en el cine” –hablo de la reapertura de las salas cinematográficas– llegó con una oferta variada, pero bastante dispareja en cuanto a estatura y expectativa. Al momento que escribo, esa oferta incluye tres películas mexicanas: Nuevo orden, de Michel Franco; Danyka, de Michael Rowe, y El baile de los 41, de David Pablos. Por igual, dos secuelas: Estación Z2: península, que lo es de Estación zombie: tren a Busan, y Jóvenes brujas: nueva hermandad, extensión de Jóvenes brujas. No faltan, desde luego, las cintas que –más allá de su calidad o solidez– intentan capitalizar el contar con un actor protagónico con nombre y arrastre; el caso de Venganza implacable (Liam Neeson), y de El día del fin del mundo (Gerard Butler). En cuanto a un genuino interés natural –más allá de quién protagonice– entre las opciones a disposición se destaca Tenet, sencillamente porque su director es Christopher Nolan, que ha venido labrándose una carrera relativamente autoral (con cierto status de culto) a través de una filmografía que incluye películas como Amnesia (2000), Insomnio (2002), El origen (2010) e Interestelar (2014), entre otras. Además, la cartelera ofrece: El misterio del Sr. Pick, que estrenó antes de la pandemia en el tour de cine francés; Las brujas, del siempre entretenido Robert Zemeckis (trilogía Regreso al futuro, Forrest Gump, Náufrago, etc.); y, finalmente, Los nuevos mutantes, que uno debe ver sí o sí por la presencia en ella de Anya Taylor-Joy (¿cómo resistirse a que su personaje se llame Illyana Rasputin?).
A mi juicio, lo más atractivo del crisol anterior son la película francesa y las “nuestras” de Franco y Rowe. El misterio del Sr. Pick, de Rémi Bezancon, es adaptación del libro de David Foenkinos sobre una extraordinaria novela inédita, escrita por…un difunto fabricante de pizzas. Una comedia, pero con rasgos serios que la complementan. En cuanto a Nuevo orden, viene de ganar el Gran Premio del Jurado del Festival de Venecia. Resume como un film poderoso, muy provocador, a partir de un primer acto en el cual, en la Ciudad de México, una boda de clase alta es “invadida” por manifestantes proletarios (digamos) que agreden a los asistentes y saquean cuanto pueden. Una suerte de película-advertencia que plantea, entre otros, el tema de la inequidad y del desinterés con que solemos mirarla, así como un reclamo a los nunca erradicados contubernios del poder, encubiertos por quienes lo detentan. En lo macro, pues, un desagrado global por lo que hoy somos como país, en contraste con lo que podríamos ser desde el orden genuino, la consideración y el respeto para todos. Qué rápido se dice; cuán lejos se percibe.
Finalmente, Danyka, la película de Michael Rowe. Invitados por otro matrimonio a visitarles, Tere y Armando (Lisa Owen-Demián Bichir) –marido y mujer– llegan a una casa de playa a pasar el día. En el transcurso, mientras se asolea, Armando, cercano ya a cumplir 50 años, conoce a Danyka (Sasha González), amiga quinceañera de la hija de los anfitriones. Un escritor con experiencia y una adolescente segura (muy) de sí misma. Charlan, caminan, se acompañan; la mutua curiosidad en crecimiento. Más que consejos, Armando va dando “tips” a Danyka, sobre esto y aquello. Ella a él…también; sobre esto y aquello. Así que todo está bien, o no tanto. Michael Rowe cuenta esta historia de tentación, de tentaciones, con un aplomado oficio cinematográfico, de planos muy largos, de silencios significativos, de ritmo sin prisa, que permiten un mejor retrato de los personajes y la comprensión cabal, menos abrupta, de la situación que brota (para Armando, en especial). Está aquí el filoso asunto de las edades irreconciliables, pero también –serena y sin escándalo, por fortuna– la colisión de dos generaciones, de dos perspectivas de futuro, de lo que se puede con lo que se debe, aunque a veces se pueda lo que no se debe. Esto último, sin que importe el rotundo atractivo de una joven y lozana piel morena.
