
Por eso, aunque el avance científico nos permita controlar la energía nuclear, por ejemplo, nuestra condición insignificante en el cosmos nos impide mantener este control ante la fuerza ingobernable de la naturaleza.
La catástrofe nipona debe hacernos reflexionar. Si está claro que no somos, ni seremos jamás, dueños de nuestro destino, deberíamos preocuparnos más del presente. Si mañana podemos desaparecer de la faz de la tierra, si, como los Buendía de Macondo, solo tenemos una oportunidad en este mundo, deberíamos de aprovecharla al máximo, Vivir como San Francisco de Asís, deseando poco y deseando poco ese poco, que es la fórmula de la felicidad.
Pero hay otras fuerzas de la naturaleza, las consustanciales al ser humano, que tampoco parecen ser controlables: la avaricia, la envidia, la mezquindad. Son, también, catástrofes naturales.
Así que ustedes perdonaran este texto ingenuo que no va ningún lado; ha de ser por causa del paso del tiempo, por la certeza de que ya es más lo que se fue que lo que viene y la tristeza de ver a los molinos aún erguidos mientras las lanzas rotas se acumulan.
Por lo pronto solidaridad con el Japón y con todos los que sufren sin que podamos hacer nada. Y sigamos cabalgando.
Foto: lamaría y elgonzalo
José Luis Pandal
