La película de moda es Cruella, sin duda. Producida por los Estudios Disney y dirigida por Craig Gillespie, dejo aquí algunas observaciones a vuelapluma, más que una valoración formal. Cual se sabe, es una “precuela” en acción viva de La noche de las narices frías (101 Dalmatians; 1961), cinta animada de las más célebres de Disney, que introdujo a Cruella de Vil como una villana consumada, de perfil completo. Cruella, en cambio, imagina y se ocupa de los eventos previos; esos relativos a la niña y joven inglesa Estella (Tipper Seifert-Cleveland / Emma Stone), quien queda huérfana y sola a los 12 años, para enfrentarse a la vida como pueda, en Londres ni más ni menos. El “como pueda” es: haciéndose raterilla, asociada con dos mocosos –Jasper y Horace– ya con experiencia en las dinámicas del oficio en calles de la gran ciudad. A partir de eso y transcurrida una década, Estella siente la urgencia de alcanzar su sueño: convertirse en una diseñadora de modas innovadora, sabiéndose especial, con la genialidad y la rebeldía necesarias. (No he mencionado que lo de “ser especial” comienza para Estella desde la cuna: su cabello “natural” de nacimiento es…blanco y negro). Pero entonces, ¿dónde está, o por qué inicia, el conflicto que lleva a Estella a convertirse en Cruella? ¿Qué origen tienen justo su crueldad y resentimientos? ¿De dónde su odio a los hermosos Dálmatas? Bueno, todo ello deriva de su encuentro y relación con La Baronesa (Emma Thompson), figura estelar de la moda de los 80s, para quien Estella entra a trabajar. Digamos que hay mucho en sus pasados para que –ejem– no se lleven bien.
Y bien, aquí los anunciados comentarios a vuelapluma. Cruella es una película muy entretenida e imaginativa, tan ágil que a ratos se siente vertiginosa. Los eventos, está claro, la obligan a ser más sombría de lo que se acostumbra en Disney, lo cual deriva en su autorización “para público de al menos 13 años”. Actuada con la precisión que exigen el origen y el tono de la película, se destacan por supuesto las dos Emmas –Stone y Thompson– pero también, de manera muy especial, Paul Walter Hauser (como Horace ya adulto), que es quien ofrece la mayoría de momentos humorísticos. Cruella no tiene las espectaculares coreografías ni los números musicales originales acostumbrados por Disney, pero sí un soundtrack icónico muy ilustrativo de la música pop o contestataria de los 60s y 70s británicos; canciones, entre otras, como These boots are made for walking, Stone cold crazy, Come together, Sympathy for the devil, The wild one y varias más, que muy bien definen el mood de personajes y escenas diversas. Es en ese marco sonoro que el relato se va construyendo, desde la energía y convicción de los dos personajes de Emma Stone, a quien en especial recordaremos como Cruella, al paso del tiempo. Así que vale la pena verla; y también, a partir de ello, revisitar –o ver por primera vez– La noche de las narices frías y/o su remake de acción viva, 101 Dálmatas (1996), en la que es Glenn Close la actriz intérprete de Cruella de Vil. Por cierto, volviendo a Cruella y para concluir, algo gracioso: en su rol de John –principal asistente de La Baronesa– el siempre sólido Mark Strong luce como una especie de síntesis Stanley Tucci-Andy García (sin pelo). A lo largo de toda la cinta, se mantuvo dicha idea en mi cabeza. Disfruten pues de esta “preCruella”.
¿Y qué hay en Netflix?, me preguntan. Como dicen en el pueblo, harta cosa bonita. Entre otros títulos (éste, “bonito” no es), el sobrecogedor documental The last days, de James Moll, sobre el exterminio, a contrarreloj, de los judíos húngaros durante el holocausto. También, un pequeño ejercicio en horror llamado Host (sólo dura 57 minutos), de Rob Savage, en el que todo lo pavoroso que sucede es atestiguado por los demás a través de zoom, claro. Y finalmente, People places things (así, sin “comas”), para cargar pilas con algo grato, cotidiano, sensible, ahora que el 6 de junio nos amenaza con lo contrario.