Corre 1918 en Texas, entre los eventos de la 1ª Gran Guerra y la letal pandemia de gripe española. La joven Pearl (Mia Goth) vive en la apartada granja rural de sus padres, alemanes migrantes. Su marido Howard se encuentra combatiendo, sin fecha probable de retorno. Dedicada sólo a cuidar a su padre impedido y a ayudar a su madre, Ruth (Tandi Wright), en las diarias faenas de la granja, Pearl se asfixia; en especial porque su sueño,
obsesivo, es convertirse en una gran estrella cinematográfica conocida por todos.
Por eso fantasea –un día sí y otro también– bailando como una de esas chicas perfectas de las películas musicales que ve en la sala de cine del pueblo más cercano. Ruth desaprueba esto
por completo, recriminando a su hija “pensar sólo en ella”. Además la llama “fracasada y malévola”, con resentimiento. Quizá resultado de todo esto, Pearl va teniendo reacciones extrañas y hasta desequilibradas; sobre todo, con algunos de los animales de la granja.
Justo entonces se entera de que habrá una audición en la iglesia del pueblo, a fin de reclutar bailarinas para un tour por el país. Pearl la siente su gran oportunidad para por fin escapar
de su cada vez más sofocante realidad. A eso se suman las palabras del proyeccionista al que conoce, sobre dejarlo todo e irse a Europa a alcanzar sus sueños. Así, Pearl llega a la
audición decidida a hacerla su despegue liberador. ¿O acaso el mundo está en su contra por ser, como su madre piensa, una fracasada y mala persona? Pues ya le demostrará ella que ni
lo uno ni otro. Y por igual, que sus pensamientos no son enfermos, faltaba más…
Lo antes relatado corresponde a Pearl (2022), coescrita y dirigida por Ti West como precuela de su propia X, también del 2022 y estrenada antes. Ambas tendrán una secuela, MaXXXine –ya en producción– para una trilogía de horror que bien podría alcanzar, a su tiempo, incluso status y seguimiento de culto. Pearl es una película lograda, a partir de la inquietante, concentrada actuación de Goth en el rol de la chica, cuyo retrato situacional ya se ha contado antes (la mujer insatisfecha que busca trascenderse en busca de una vida de plenitud) pero sin los crispantes filos de una psicología alterada, en el marco de callejones sin salida emociones, frustraciones, encrucijadas– que angustian y confunden todo. “Ser amada es lo único que he querido siempre”, afirma Pearl, pero ya tarde, en momentos en que la fatalidad ya está en ella. Por lo mismo, resulta curioso que sea entonce cuando ella asuma con mayor claridad y convicción que puede arreglarlo todo, para hallar la felicidad que no ha tenido. Un contradictorio sino trágico que el espectador admite, a pesar de que la cinta se olvidó de construir al personaje desde bases que pudiesen explicar –no sólo sugerir– los porqué de los desequilibrios y confusión en los juicios de Pearl, con las
espeluznantes acciones consecuentes (si para eso bastasen las tensiones e impasses de una familia disfuncional, ya todos nos habríamos engullido los unos a los otros). No obstante,
Pearl funciona según los cánones del género, incluso encontrando cierta sutileza poco común.
Hay desde luego violencia –hacia todos los puntos cardinales– pero también una suerte de compasión por el personaje, finalmente “revelado” en el último plano de la cinta,
en una dificultosa sonrisa que, durante intensos dos minutos, consecutivamente traduce en alegría, duda, dolor, ansiedad, desencanto, soledad, si todo ello es posible.
Habrá, sí, alguna otra película “con el factor x, más joven, más rubia” que Pearl; o muchas quizá. Pero la de Ti West se torna especial por razones diversas. Una, se dijo ya, por la integral, concentrada actuación de Mia Goth. Otra, el largo monólogo de confesiones (8 minutos, con la cámara encima) con todos los resentimientos, alienación e inseguridades de Pearl; poco o nada parecido a lo que uno acostumbra ver hoy en este género.
Vamos:
cinco o seis notables momentos de búsqueda –a contrapunto de las meras sacudidas y la sangre– que a fin de cuentas hacen que Pearl te siga a casa.