Tuve ya la oportunidad de ver Air: la historia detrás del logo, dirigida por Ben Affleck. Inspirada en hechos reales de 1984, relata la tozuda, riesgosa odisea de Sonny Vaccaro (Matt Damon) –representante del calzado Nike— para llevar a la compañía, como su fichaje estelar (venciendo en el intento a Converse y Adidas), a la joven promesa del baloncesto Michael Jordan, cuando sólo tenía 21 años y ni siquiera había debutado en la NBA. A fin de cuentas se consiguió; a partir de una muy alta suma garantizada y otras monerías, claro, pero sobre todo por la creación de los tenis Air Jordan, a los que el jugador dotaría de genuina identidad. Los años siguientes quedaron marcados por la inaudita y exponencial venta de esos tenis, que hizo multimillonarios a Nike y a Jordan, cuyo contrato contempló un audaz giro sin precedentes. Así que Air: la historia detrás del logo no es una cinta sobre el basquetbol como deporte, ni sobre Michael Jordan como leyenda del mismo, sino sobre un histórico affaire de negocios que, eso sí, cambió muchas de las reglas del juego en el entorno del deporte profesional estadounidense. Dado que el desenlace ya lo conocíamos, el film se concentra en cómo se llegó a él, desde el punto de vista de Nike.
Air: la historia detrás del logo es una muy entretenida película, de buen ritmo y foco bien definido. Acompañan a Damon como intérpretes otros nombres importantes: el propio Ben Affleck (como Phil Knight, Director General de Nike), Jason Bateman (como Rob Strasser, Director de Mercadotecnia), Viola Davis (como Deloris Jordan, la influyente madre de Michael) y Chris Tucker (como Howard White, uno de sus más fieles amigos). Con muy buenos trabajos, todos contribuyen a la sensación de veracidad que tiene la película, cuidada desde la proverbial, impecable pulcritud de Hollywood para entregar sus proyectos, en especial esos considerados de nivel estelar. Un rasgo esencial de la historia es que el personaje de Sonny Vaccaro está tratado como especialista (gurú) del basquetbol, y no como mero representante de ventas. Es decir, como alguien capaz de descubrir y anticipar, en la joven promesa, todo eso no tan evidente que lo llevaría al más alto estrellato. A fin de cuentas, de eso trata la película: de la firme visión (y corazonada) de alguien –Vaccaro– defendida contra viento y marea a pesar de los riesgos y obstáculos, que en EEUU siempre están vinculados al dios único del dinero y las ganancias. Un film, pues, no sólo para fans de Jordan y el basquet, que se ve con agrado e interés y al que además le agradeces tener claras y acotadas sus aspiraciones. Así, de Air: la historia detrás del logo no se sale defraudado, aunque me parece que tampoco en éxtasis.
Por otra parte, aprovechando que está en Netflix, he vuelto a ver Lo que queda del día (The remains of the day), de James Ivory. Está cumpliendo 30 años y no ha envejecido un ápice (ok: no tendría por qué, tratándose de una película de época). Anímense si no la han visto, o como yo, vuélvanla a ver. Es una delicia, con Anthony Hopkins como modelo del mayordomo británico nacido para no otra cosa que servir a la nobleza, y Emma Thompson como la impecable, imprescindible, ama de llaves bajo su tutela. Trabajan juntos en la Mansión Darlington, en los años previos a la 2ª Guerra Mundial, sin sospechar (o no del todo) que mucho de lo que se discute y decide en esa casa va a cambiar, en alguna medida, la historia del mundo. Además, producida un año antes (1992), pueden buscar –no sé en qué plataforma– El fin del juego (Howard’s End), adaptada de la novela de E.M. Forster e igual dirigida por James Ivory, en la que Hopkins y Thompson también actuaron juntos. Ubicada en los albores del siglo pasado, pone en juego a tres “apellidos” de distinto status social: los aristócratas Wilcox (Hopkins es uno de ellos), las burguesas filántropas Schlegels (ahí Emma Thompson) y los “trabajadores” Basts. Por cierto, Dame Thompson recibió 13 nominaciones por ese rol, ganándolas todas (el Oscar y el BAFTA incluidos).