Cuentan que, en Cannes –durante la función al público– los asistentes dieron una ovación de 11 minutos a La sustancia (The substance), coproducción Francia-Reino Unido de la francesa Coralie Fargeat. Presenta a la ya cincuentona Elizabeth Sparkle (Demi Moore), otrora superestrella de la televisión, quien se mantiene activa con un programa de rutinas aeróbicas para mujeres. Sólo que, de la noche a la mañana, el inescrupuloso productor dueño del canal (Dennis Quaid) decide reemplazarla, vociferando que lo que la audiencia quiere es “gente joven y atractiva” (y pues el rating es el rating). Así, en pocos días se hace pública la convocatoria a jovencitas aspirantes a ser “la nueva Elizabeth Sparkle”. Devastada, Elizabeth sufre además un serio accidente. En el hospital donde la atienden, alguien le da un dispositivo con información “para sentirse mejor”. Si bien de principio Elizabeth no le hace caso, su creciente depresión la mueve a revisarlo. Ahí se dice esto: “¿Has soñado con una mejor versión de ti misma, más joven, bella y perfecta? Una sola inyección libera tu ADN para una división celular que resulta en otra versión de ti misma. Es La Sustancia. Al ser la matriz, todo proviene de ti. Sencillamente, una mejor versión de ti. Pero debes compartir: una versión cada semana; balance perfecto de 7 días para cada una. Es lo único que no debes olvidar. Eres una; no puedes escapar de ti misma”.
Desesperada como está y aun tratándose del mercado negro, Elizabeth decide encargar La sustancia; ¿ya qué más puede perder? El resultado de ello es Sue (Margaret Qualley), una versión, en efecto, espectacular: joven, hermosa, vital, sexy. Desde luego, Sue audiciona en busca de ser la nueva Elizabeth Sparkle (lo que de hecho ya es), enamorando a todos y ganando el contrato. De nuevo, todo en marcha y de maravilla para Elizabeth. Pero he aquí que, en medio de la vorágine del éxito, comete un error en el uso de La Sustancia. La reacción en cadena no se hace esperar y todo se sale de control, para diversos desfases sobrecogedores que nos hacen “arrebujar” en la butaca. Entonces, ¿es la competencia con uno mismo la peor de todas?
La sustancia es una fantasía obscura que cede pista central a eso que suele llamarse horror corporal. Sus motivaciones y temas evidentes tienen que ver con los despiadados, cuestionables, cánones sociales de la belleza femenina; con la celebridad (en especial desfalleciente), igual que con el envejecimiento y la discriminación consecuente, desde una imperiosa perspectiva feminista. Para exponerles cabalmente, la audacia de la directora Fargeat no vacila ante nada: grotescas mutaciones corporales, desnudos integrales (en esto, la valentía de Moore y de Qualley es en verdad asombrosa), un gore tan sangriento como el que más e imágenes visuales alucinatorias que nos “transportan” al torrente sanguíneo y las reacciones orgánicas de cada una de las dos versiones. Estos recursos sin embargo –los cuatro– son usados por Fargeat tantas veces, que su recurrencia se hace exagerada y sólo termina por alargar una narrativa cuyos impacto y eficiencia habrían sido mayores restando 15-20 minutos a su extensa duración de 142 minutos. Algo que en apariencia no importó al jurado del Festival de Cannes, pues consideró el guion, de la propia Fargeat, como el mejor del certamen. Queda claro que La sustancia no es una película para todos los públicos, pero también que pertenece a esa élite de títulos ante los que son imposibles la indiferencia y la desmemoria. Así lo demuestran las polarizadas reacciones frente a ella, por igual extremas: hay tanto quienes abandonan la sala cinematográfica, como quienes la elogian y aplauden a rabiar. En lo que sí habrá que coincidir es en la bravura, la temeridad y el compromiso de sus tres mujeres: Demi Moore (en especial ella, a sus 61 años), Margaret Qualley y Coralie Fargeat. Hacer y transitar por algo como La sustancia no es para espíritus y corazones débiles (ya no digamos, para cuerpos que se avergüenzan).