Los Capicúa del Círculo Polar

Alfredo Naime

En mayo de 1999 –hace 25 años y centavos– llegaba a Puebla Capital la 33ª edición de la Muestra Internacional de Cine, con títulos (como siempre) más y menos llamativos. ¿Por qué razón lo comento ahora? Porque en la televisión volví a encontrarme, y volví a ver, uno de esos films: Los amantes del Círculo Polar (España-Francia), escrita y dirigida por el vasco Julio Medem, quien 3 años después alcanzaría bastante más notoriedad con la audaz Lucía y el sexo. Los amantes del Círculo Polar arranca siendo la historia de un amor juvenil: el de Ana y Otto (Najwa Nimri y Fele Martínez, ya cuando adultos) –quiere la casualidad que sus nombres sean capicúa– que se torna imposible por disoluciones familiares, por la inestabilidad de la naturaleza humana y por los caprichosos giros de un azar que, por lo visto, te acerca las oportunidades sólo para arrebatártelas a continuación y en definitiva. Con una hábil estructura circular y narrada desde dos perspectivas esenciales, Medem explora temas como la familia, la muerte, el amor loco, las casualidades (casi siempre encadenadas) y el destino, definiendo un sino trágico presente en toda la película. No del todo lograda (de hecho su parte media coqueteó con desfilarse), encontré que Los amantes del Círculo Polar sigue siendo una obra sorprendentemente fresca y atrapante. Su tagline anuncia: El destino les llevará hasta los límites del mundo. Y en efecto, la conclusión de la historia se da en la Laponia finlandesa, en donde a medio año ocurre el “sol de medianoche”; una etapa de tres meses en que el sol no declina ni se pone. Como el amor de Ana y Otto, supone uno, siempre entre situaciones y atmósferas permeadas de una suerte de realismo mágico.

Y bien, revisando mis apuntes de fines de los 90s, noto que en aquella 33ª Muestra venían otros films que demostraron ser muy relevantes. Entre ellos la inolvidable Estación Central (Brasil), de Walter Salles, en la que una mujer y un niño emprenden un recorrido por Brasil para encontrar al padre del pequeño, quien ha quedado solo tras la muerte de su madre. Ese recorrido hace posible el retrato de un país con incontables problemas sociales: sobrepoblación, violencia urbana, inmoralidad, impunidad y marginación mayoritaria. Así, el drama humano del contexto queda incluso por encima de lo argumental, que bordea más el melodrama. Una película entrañable, en la que Salles armoniza la mirada crítica con el amor por su país. También, Corre Lola corre (Alemania), de Tom Tykwer, sin duda una de la películas más innovadoras y audaces –técnicamente hablando– del cine alemán hasta ese momento. Su director filma con brillantez tres posibilidades para conseguir (¡en 20 minutos!) 100 mil marcos para salvar una vida. Dichas posibilidades, de consecuencias diferentes, son imaginadas por Lola, la protagonista, mientras corre desaforadamente por las calles de Berlín para encontrarse con su novio (la persona en riesgo). Una película moderna, novedosa, cuyas concepción y resolución traducen en grata sorpresa. Eso sí, después de verla, uno no querrá salir a correr por varias semanas.

Finalmente, Los herederos (Austria-Alemania), del vienés Stefan Ruzowitzky. La envidia, los prejuicios de clase, la necesidad de libertad y las ilusiones del espíritu humano –pero también su mezquindad– son temas de esta formidable cinta, ubicada a principios del siglo XX. En ella, siete campesinos reciben como herencia la granja de la que han sido peones eternos. A partir de ello, y a pesar de su notable trabajo, las clases poderosas los hostigan al límite, afirmando que “el ganado no puede ser patrón”. Casi un cuento, pero impactante, cuyo ángulo sociopolítico revela una película dura pero igual inteligente y hasta divertida. Sumamente lograda, para mí terminó siendo la mejor película de aquella Muestra, que (reitero) hace 25 años nos llevó, alborozados, a las salas poblanas. (Ay Pablo, “el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos…”).