Estamos ya cerca de que concluya 2024, con lo que pronto intentaré un balance de lo mejor que en cuanto a cine pudimos ver este año. Mientras tanto, puesto a revisar archivos, encontré mi balance de hace dos décadas a lo mejor del 2004, en corrida comercial y con al menos una semana de exhibición. Claramente no pasó a la historia como un gran año, pero dejó películas relevantes. Lo rememoro aquí…
Para mí, los cuatro mejores filmes del 2024 en Puebla fueron –con 9.0 de calificación– Río místico, de Clint Eastwood; Perdidos en Tokio, de Sofía Coppola; Héroe, de Zhang Yimou, y la gran sorpresa del año: Descubriendo la amistad (The station agent), de Tom McCarthy, que resultó la menos vista de las cuatro en tanto que –sin promoción ni nombres importantes– sólo estuvo una semana en exhibición. Cerca de estas, varias películas ganaron nuestra admiración, gracias a méritos diversos. Con calificación de 8.5: La pasión del Cristo, de Mel Gibson; Tierra de sueños (In America), de Jim Sheridan; Alguien tiene que ceder (Something’s gotta give), de Nancy Meyers; Carandiru, de Héctor Babenco; El Expreso Polar, de Robert Zemeckis, así como las sorpresivas La leyenda de las ballenas, de Niki Caro, y Mar abierto, de Chris Kentis. Completaron la parte alta de aquel balance las cintas siguientes, con 8.0 de calificación: Alma de héroes (Seabiscuit), de Gary Ross; Masacre en Columbine y Fahrenheit 9/11, ambas de Michael Moore; Regreso a Cold Mountain, de Anthony Minghella; Spider-Man 2, de Sam Raimi; Harry Potter y el prisionero de Azkaban, de Alfonso Cuarón; La aldea, de M. Night Shyamalan; Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, de Michel Gondry; María llena de gracia, de Joshua Marston, y –otra inesperada relevante– 10 historias cortas de amor, de Rodrigo García, hijo del Gabo. Tales fueron las películas que, a mi entender, representaron la élite de lo exhibido entre nosotros justo 20 años atrás.
Saltándome (por extensa) los principales títulos de una zona a la que podemos llamar “clase media”, lo menos agradecible de aquel 2004 se manifestó en films de amplia expectativa que, a fin de cuentas, no lograron corresponder. El caso, sobre todo, de Zapata: el sueño del héroe, de Alfonso Arau; Obsesión (Dot the i), de Matthew Parkhill; Ladies’ night, de Gabriela Tagliavini; El día después de mañana, de Roland Emmerich; En carne viva (In the cut), de Jane Campion; Exorcista: el comienzo, de Renny Harlin, e incluso la muy esperada y chacotera Un día sin mexicanos, de Sergio Arau, que por desgracia se perdió en las muchas posibilidades de su irreverente atrevimiento. Así aquel 2004, en el que también vimos Las trillizas de Belleville (animada, de Sylvain Chobet), la Alejandro Magno de Oliver Stone, y Esplendor americano, de Shari Springer Berman y Robert Pulcini, que al paso del tiempo cosecharía 31 premios en diversos certámenes cinematográficos del mundo.
Concluyo el recuerdo con apenas un fragmento de lo que por entonces escribí sobre Perdidos en Tokio, una de las cintas top aquí mencionadas. “Se ocupa del encuentro, en Tokio, de dos seres insatisfechos con su vida vigente. Él (Bill Murray), un actor de popularidad venida a menos; ella (Scarlett Johansson), una recién casada desatendida por un marido muy ocupado. De alguna forma, de a poco crece entre ambos una atracción distinta a la mera comprensión mutua, a pesar de la diferencia de edad de tres décadas. Una especie de romance apenas latente, conmovedor, que encuentra resolución perfecta en el hecho(?) de no resolverse. Y en el entorno, Tokio; una ciudad fascinante, chillante, desbocada –con tradición y modernidad en pugna– ‘hablante’ de un idioma que, por no entender, demanda a la pareja acercarse más aún. Sofía Coppola redondea así, con austera precisión, la paradoja ser-estar de sus personajes en un mundo infeliz, imperfecto, sólo ‘redimible’ desde la conciencia y certidumbre de esas infelicidad e imperfección”.