La noche del domingo 5 de enero, en la entrega de los Golden Globes, la gran alegría nos la dio Demi Moore. Claro, por ganar el premio a mejor actriz en una comedia o musical, pero sobre todo por lo que dijo al aceptarlo, aludiendo a nociones y situaciones que casi siempre quedan ocultas bajo el glamour de Hollywood y el showbiz, pero que marcan, lastiman, modifican y –eventualmente– hasta anulan las carreras y los sueños de incontables personas. Su speech, a fin de cuentas, fue lo mejor de la noche; y aquí lo reproduzco por si alguno de ustedes no lo escuchó, puesto que de verdad vale la pena…
“Estoy en shock ahora mismo. Llevo haciendo esto por más de 45 años y esta es la primera vez que gano algo como actriz. Y me siento muy honrada, muy agradecida. Hace 30 años, un productor me dijo que yo era una actriz ‘palomitera’. En ese momento, dejé que eso tradujera en que esto era algo que no se me permitía tener. Que podía hacer películas que tuvieran éxito y ganaran mucho dinero, pero que no se me podía reconocer, y yo lo acepté y lo creí. Eso me corroyó con el tiempo, hasta el punto en que hace unos años pensé que tal vez esto era todo; tal vez estaba completa, tal vez había hecho lo que se suponía que debía hacer. Y justo cuando estaba en un punto bajo, llegó a mi mesa un guion mágico, audaz, valiente, fuera de lo común y absolutamente disparatado llamado La sustancia. Y el universo me dijo: ‘Todavía no has terminado’”. (En la película, Moore interpreta a una estrella de Hollywood envejecida, que acude a una droga que genera una versión muy joven y más atractiva de sí misma).
“Agradezco a todas las personas que me apoyaron; especialmente a las personas que creyeron en mí cuando yo no creí en mí misma. En esos momentos en los que no creemos ser lo suficientemente inteligentes, o lo suficientemente guapas, o lo suficientemente delgadas, o lo suficientemente exitosas, ni de fondo suficientemente nada, una mujer me dijo: ‘Sencillamente debes comprender que nunca serás suficiente, pero puedes saber el valor de tu valía si simplemente dejas de lado la vara de medir’. Y por eso hoy celebro esto como un signo de mi plenitud y del amor que me impulsa, y por el regalo de hacer lo que amo, recordándome que sí pertenezco a esto”. (La audiencia presente –y la del mundo a través del televisor– estallaron en júbilo y admiración después del último vocablo de la dama, rendidos todos ante su lucidez y coraje conmovedores. La ovación de pie en el Hotel Beverly Hilton no se hizo esperar. Tenemos Demi Moore para rato).
Para concluir columna, creo que vale reiterar lo que en su momento comenté sobre La sustancia. Es una fantasía obscura que da pista central a eso llamado horror corporal. Sus temas evidentes se relacionan con los despiadados, cuestionables, cánones sociales de la belleza femenina; con la celebridad (en especial, declinante) y con el envejecimiento y la discriminación consecuente, desde una imperiosa perspectiva feminista. Para exponerlos, la audacia de la directora Fargeat no vacila: mutaciones corporales, desnudos integrales (la valentía de Demi Moore y Margaret Qualley es asombrosa en esto), un gore tan sangriento como el que más e imágenes visuales alucinatorias que “transportan” al torrente sanguíneo y a las reacciones orgánicas de cada una de las dos versiones de Elisabeth. Así, La sustancia no es película para todos los públicos, pero queda en esa élite de títulos ante los que son imposibles la indiferencia y la desmemoria. De ahí las polarizadas reacciones de la gente, por igual extremas: hay quienes abandonan la sala cinematográfica, así como quienes la aplauden a rabiar. En lo que sí debe coincidirse es en la bravura, la temeridad y el compromiso de sus tres mujeres: Demi Moore (en especial ella, a sus 61 años), Margaret Qualley y Coralie Fargeat. Hacer y transitar por algo como La sustancia no es para espíritus y corazones débiles (ya no digamos, para cuerpos que se avergüenzan).