Sin tener pruebas contundentes al respecto, a veces da la impresión de que la mitad de los cinéfilos del mundo gustan de Adam Sandler, y la otra mitad no. Un tema que a él no parece preocuparle mucho, puesto que pasan los años y su filmografía actoral sigue dando argumentos a ambas partes: lo mismo títulos suficientemente (o muy) rescatables, que otros en el espectro contrario, claramente descartables. En lo que a mí respecta, son varias las películas de Sandler que me gustan; marcadamente, La mejor de mis bodas (The wedding singer; 1998), Embriagado de amor (Punch-drunk love; 2002), Spanglish (Spanglish; 2004), Como si fuera la primera vez (50 first dates; 2004), Diamantes en bruto (Uncut gems; 2019) y Garra (Hustle; 2022). Ojo: un listado que revela que no todas son comedias, y que (curioso o no) ninguna de las seis fue escrita por Sandler. Como sea, entre 2011 y 2012, el tipo fue el segundo actor con más ganancias –37 millones de dólares– empatado con…Leonardo DiCaprio.
Escribo todo lo anterior por la aparición en Netflix de Happy Gilmore 2 (2025), de Kyle Newacheck, secuela de aquella Happy Gilmore de 1995 que gustó mucho a la gente y no tanto a los críticos, pero que igual ganó un cierto status de culto, al paso del tiempo. Comedia provocadora y malhablada coescrita por Sandler y dirigida por Dennis Dugan, Happy Gilmore tiene que ver con el personaje del título (Sandler), cuyo sueño desde niño es convertirse en profesional del hockey, para el cual se demuestra que no sirve. Ya mayor, el embargo de la casa de su abuela lo urge a recuperarla, necesitándose 300 mil dólares lo antes posible. Justo entonces se descubre que Happy tiene un asombroso potencial para el golf, deporte al que desprecia pero que le abre la posibilidad de ganancias inmediatas. En ese camino, los obstáculos y vericuetos son muchos, encarnados sobre todo en Shooter McGavin (Christopher McDonald), un rival arrogante, golfista estelar, que además es un tramposo. Por fortuna, en ese pantanoso entorno Happy encuentra el apoyo de Virginia (Julie Bowen), la guapa publirrelacionista que, a diferencia de la estirada élite del golf, sí entiende la revoltosa personalidad del atípico recién llegado.
Pues bien, Happy Gilmore 2 arranca 30 años después, con Happy viudo de Virginia y desolado por su pérdida. Eso mismo lo tiene en quiebra y alcohólico, además de estar a cargo de sus hijos adolescentes: cuatro varones y la menor, Vienna, de gran talento para el ballet y a quien desde París le ofrecen ingreso a una prestigiosa academia de danza. Pero su costo es de 75 mil dólares por cada año de los cuatro que dura la formación. Por eso –para poder financiar el sueño de su hija– Happy Gilmore nuevamente acude al recurso del golf profesional, en un arriesgado regreso, después de varios años ausente, sin entrenar ni competir. ¿Lo aceptan? Aunque con muchas dudas, sí, puesto que su trayectoria anterior no sólo fue exitosa, sino además bizarra y colorida, para beneficio de los ratings. Pero claro, un Happy deprimido, desgastado y casi sesentón no augura ni tantitas buenas cosas.
Happy Gilmore 2 parece más medida y ligeramente mejor que su antecesora, pero sí se extrañan sus recurrentes, disruptivas, ráfagas de atrevimiento y provocación, que justo fue –en aquellos años finiseculares– lo que más divirtió a un público mayoritariamente juvenil. Esto que menciono la hace menos gozosa pero un poco más aterrizada, si bien los rasgos de la cinta original no desaparecen: palabrotas, personajes extravagantes exagerados, situaciones absurdas sin cerrar (o sin consecuencias) y cameos por todos lados (entre ellos, los de Margaret Qualley y Eminem). Junto a Sandler, McDonald, Bowen y varios más repiten sus personajes, sumándose nombres como los de Haley Joel Osment (aquel que veía gente muerta), Bad Bunny (ese mismo), Ben Safdie y las tres Sandler: mamá Jackie e hijas Sadie y Sunny (ella, quien interpreta a Vienna). Fanáticos del Sandman, disfruten.