TE QUIERO MILLONES…

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Alfredo Naime

En Amores materialistas (Materialists), 2º largometraje de Celine Song, Lucy (Dakota Johnson) es la agente más exitosa de una firma neoyorquina dedicada al matching de parejas que quieren casarse. Su destacada trayectoria ya presume nueve matrimonios y, desde luego, va por más. Muy atractiva, Lucy es soltera, con planes de mantenerse así forever, a menos de que en su camino se atraviese alguien “obscenamente rico”. Y no lo dice por decir; lo cree y lo sostiene firmemente. Y bien, justo en la boda de uno de sus triunfos conoce a Harry (Pedro Pascal), soltero, millonario, apuesto, hombre de mundo. Eso a lo que en la industria de matchmakers le llaman un Unicornio; es decir, alguien que lo tiene todo…y todo lo tiene perfecto. Harry le interesa a Lucy de inmediato, pero sólo como formidable cliente potencial. En cambio, él sí que se interesa por Lucy con intenciones más románticas. Pero además, en esa fiesta aparece –por ser uno de los meseros– John (Chris Evans), aspirante a actor (sin suerte), ex-novio de Lucy, de quien sigue enamorado. Ella por su parte, algo nerviosa, lo saluda y abraza con lo que se percibe genuino cariño. ¿Qué pasó entre ellos? Nos lo muestra un flashback: por crudo que suene, Lucy no fue capaz de aceptar, ni de asumir, que con John su vida estaba destinada a transcurrir siempre sin dinero, en departamentitos asfixiantes y restaurantes baratos. Vuelta al presente: ahora, a partir de esa boda y de esa noche, el “controlado” entorno de Lucy sufre una especie de sacudida, con la irrupción en su vida de Harry (el Unicornio ese), e igual por la reaparición de John, el “perdedor” antítesis de sus convicciones, con quien por lo visto sigue extrañamente vinculada. Ambos ahí: el perfecto match soñado y ese otro sin futuro alguno en lo “material”. Un abismo de distancia, según Lucy la casamentera.

Al final del día, Amores materialistas no pasa por la comedia. Revelado desde su ópera prima Vidas pasadas, lo que a Celine Song interesa como directora tiene más que ver con lo íntimo de los personajes que con las situaciones. Con personajes inevitablemente circunscritos a sus aspiraciones, percepciones y convicciones, sean o no realistas, justas, viables. De ahí que Song ponga a reflexión temas como la autoestima, el valor de cada persona, lo que proyectas a los demás, el deseo/necesidad de compañía, los códigos de relación elementales, igual que ciertas (cínicas) disyuntivas “contemporáneas”, como la vivencia del amor más como transacción que como sentimiento; el ganar-ganar por encima del amar-amar, y claro, el siempre reincidente tanto tienes, tanto vales. En torno a todo esto, Amores materialistas reconoce estas tendencias como vigentes, lo cual desde luego lamenta (por interesadas, precisamente). Pero poco a poco (casi por goteo) antepone –con clara, agradecible convicción humanista– lo que es primariamente natural y eventualmente trascendente: la atracción por lo que el otro vale en esencia, en cuerpo y alma, y no por lo que tiene o pueda proveer. Vamos: en definitiva, no por las “palomitas” que acumule en una checklist de “activos”. ¿Es entonces previsible el desenlace? No tanto, gracias al tratamiento que la inteligente, sensible Song decide para el clímax argumental.

Me parece que Amores materialistas resulta diferente y mejor a lo esperado. Sus personajes no son malsanos (salvo uno periférico, no visible en pantalla) sino sólo imperfectos, que navegan en la azarosa vorágine diaria de vivir. Algo –las evidencias son cotidianas– que resulta cada día más difícil, sobre todo al hacerse sujetos a los ritmos y modelos que impone la vida “moderna”: el vértigo, él éxito, el yo primero, casi siempre conducentes a individualismo y despersonalización. Reflexionar al respecto nunca sobra, y menos cuando se hace desde una perspectiva serena, sin los aspavientos a los que, pensando en la taquilla, apelan ciertos films. Este en particular no pertenece a la hermosa Dakota Johnson, ni a Chris Evans, ni a Pascal. Es todo de Celine Song, para bien y para…bien.

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