Hace unos días hice algo que quiero compartirles: fui caminando a la tiendita del fraccionamiento donde vivo; y sí, por irreal que parezca tenía muchísimo tiempo que no me tomaba unos minutos para recorrer esos espacios que me traen tan buenos recuerdos.
No sé si a ustedes les haya pasado, pero creo que es bueno acordarse de los pequeños detalles para saber de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde vamos. Siempre va a haber una calle, un olor, un sabor, una tienda, una persona, un juego o simplemente una banqueta que nos remonte a cosas que verdaderamente disfrutábamos. Por eso quiero compartirles algunos de esos buenos momentos de mi infancia.
Recuerdo aquel parque que era casi como mi segundo hogar. En vacaciones salíamos desde que el sol aparecía y nos guardábamos en nuestras casas cuando empezaba a oscurecer, jugando fútbol durante horas. No importaba que hubiera mucho sol, que el calor estuviera insoportable o que lloviera a cántaros, siempre estábamos ahí.
Cómo olvidar aquellas calles que recorríamos varias veces al día, ya fuera para jugar, ir a la tienda, visitar a algún amigo o simplemente ir a la papelería a comprar biografías para la escuela. Claro, no puedo dejar de contar que en una de esas calles, que hacen esquina frente a mi casa, fue donde dí mi primer beso.
Tampoco puedo dejar de lado los juegos como las canicas, las escondidillas, el resorte, los encantados, el stop (¿se acuerdan de este juego? –declaro la guerra en contra de mi peor enemigo que es…- ¡era muy bueno!). Después vinieron las maquinitas, aquellos lugares de juego a los que ibas y les dabas todo el dinero de tu domingo. Inevitable -por supuesto- aquel “gandalla” que se sabía todos los trucos y que terminaba “bajándote” toda tu lana.
Una parte muy importante de mi infancia (y creo que de mi vida en general) es la comida. Siempre he sido bastante «tragoncita» así que nunca faltó algo que me alimentara. Tortas, tacos, molotes, “jochos”, tostadas, memelas, elotes, esquites, chicharrines, todo esto en un mismo fraccionamiento. Y sí, nunca faltábamos, todas las noches después de un arduo día de “fucho” íbamos a recibir nuestra merecida cena.
En fin, así era como pasaba mis mejores momentos de la infancia, vuelvo a decir que un olor, un sabor, una calle o una tienda nos pueden remontar a momentos específicos que indudablemente nos harán sonreír.
Foto: Roberto Marquino
Jessica Ovalle Ávalos