Considero que la mayor parte de los habitantes del planeta gustan de escuchar algo de música, desde ópera hasta cumbias “cholombianas», pasando por el pop, jazz, country hasta el bienaventurado rocanrol. Todos alguna vez hemos ido gustosos a un concierto, recital o como le quieran llamar al hecho de tener a su artista favorito (o casi) a unos cuantos metros dando lo mejor de sí, sin importar que sean buenos o malos, todos hacen lo que pueden.
¡Ah la música!, pocas cosas tan reconfortantes como ella, pero al estar en un evento masivo o compartiendo al artista con al menos dos extraños más suele complicar el deleite. Y es que nunca faltan distintos tipos de fans que echan a perder la noche, sin importar dónde sea, en un concierto masivo de U2 o en la peñita “cafecito bohemio” donde llegó algún cantautor desconocido a tocar ante 5 personas por 3 corcholatas y el taxi.
Por tal motivo me di a la tarea de mencionar algunas situaciones muy representativas de tales eventos, por ejemplo nunca falta el fan que te canta grita al oído las dos horas de concierto, y por lo regular siempre es el más desentonado de todo el congal, y que te gritan “…an chi-güiiiiiiiiiiiil bi looovet” con saliva de premio, estamos de acuerdo que no es muy grato.
Las ganas de cantar en un concierto son prácticamente imposibles de controlar, pero hay formas, hay a quienes se les da o pueden hacerlo en bajos decibeles, incluso hay quienes son virtuosos del idioma gabacho y saben lo que cantan y como lo cantan, o simplemente muchos que aunque no saben inglés, se toman la molestia de investigar la letra, pero hay más desgraciados que la inventan o simplemente dicen a lo que le suena, aclaro, yo al igual que muchas personas soy víctima de tal fenómeno, pero aventarte todo el concierto washa washeando es molesto para los demás.
Recuerdo hace poco que fui al concierto de Paul McCartney, todo parecía genial, sir Paul detuvo la lluvia y comenzó a regalarnos la magia que sólo un Beatle puede tener, todo hubiera sido perfecto de no ser por Beavis y Butt-head que se pasaron las tres horas riéndose y comparando (acertadamente) al resto de seguidores de McCartney, atinadamente ponían apodos a diestra y siniestra hasta que un codazo de este servidor les tocó de premio, acto seguido me perdí entre la multitud.
Por último, estos fenómenos no son exclusivos de un género, hasta en recitales de jazz puedes toparte con algún asno que no para de hablar por el celular o platicar mientras algún greñudo rasca, sopla o da de fregadazos a su instrumento.
La peor fregadera es escribir lo que pasa en los conciertos.
foto: Voces para la conciencia y el desarrollo
Carlos Irán