Como debemos seguir en casa, propongo ahora la posibilidad de acceder al extraordinario cine iraní, a través de un ciclo de cinco films coproducidos con otros países, pero dirigidos por (enormes) cineastas nacidos en Irán. Se ofrecen en orden cronológico, según su año de producción. Lo creo un ciclo que no tiene desperdicio.
Las cenizas de la luz (2005), de Majid Majidi. Su demoledora premisa es: ver no necesariamente brinda la luz de la plenitud y la felicidad. Más aún, en el caso de Youssef, profesor universitario que recupera la vista tras una ceguera de 38 años, dicha luz incluso decrece hacia la infelicidad cuando retoma el acto físico de mirar. En especial en su implicación principal: el mundo y sus habitantes dejan de ser aquello que, desde la obscuridad, el personaje imaginó a luminosa voluntad. Majidi entrega, una vez más, una película sutil, reflexiva, que después de un primer acto poético encuentra su hábitat en el drama emocional que discurre a partir de que la desilusión se convierte en personaje.
Copia fiel (2010), de Abbas Kiarostami. Excepcional film en torno no a uno, sino a diversos temas, que detonan como reflexiones durante el paseo de un escritor y una vendedora de arte por la villa de Lucignano (Toscana), apenas después de conocerse. El inicial tono casual de la anécdota va tornándose una mirada profunda, de resonancias esenciales, capaz de hallar los resquicios justos para cuestionar ironías y encrucijadas de la vida moderna en cuanto a matrimonio, pareja, hijos, roles y convenciones de género, trabajo y –por supuesto– las intrincadas relaciones del arte. Una gema que permite constatar, sorpresivamente, cuán posible es (como en el arte) encontrar “copias certificadas” en diversos estamentos de la vida.
Una separación (2011), de Asghar Farhadi. Simin ama a Nader, pero quiere divorciarse ante su negativa de que ambos dejen Irán para radicar en un país más propicio para el desarrollo de Termeh, su hija preadolescente. Además, en medio de esa crisis, un asunto paralelo empeora el ya de por sí frágil status de la familia. Surgen pues temas como verdad, honestidad, lealtad, en un entorno moral-jurídico que no por urgente hace olvidar el dilema original: la disyuntiva de la separación y la eventual elección de Termeh de con cuál de sus padres vivir. Drama de personajes, en el que las situaciones son detonantes pero no el motivo central. Película genuinamente ejemplar, que ostenta la extraña particularidad de que ninguno de sus protagonistas o antagonistas actúa sin decoro o desde la maldad.
El pasado (2013), de Asghar Farhadi. Drama agradeciblemente contenido en torno a un crucial, doloroso momento, que involucra a la familia de una mujer divorciada, a su ex-pareja y a la familia del hombre con quien habrá de casarse. En 2013 obtuvo el Premio del Jurado Ecuménico del Festival de Cannes, anunciado con estas palabras: “¿Cómo nos responsabilizamos de nuestros errores pasados?”. Operando con estilo de thriller (?), El pasado muestra la vida diaria de una familia mezclada, en la que los secretos de cada cual y sus complejas relaciones se revelan poco a poco. Un film profundo, denso, absorbente, que ilustra cómo es que, en efecto, la Verdad nos hace Libres.
El viajante (2016), de Asghar Farhadi. Drama en torno a una pareja cuya relación sufre un duro golpe –y amenaza con desmoronarse– a partir de que la mujer es atacada por un desconocido en su departamento. ¿Atacada sexualmente? Nadie lo menciona, pero todos lo sospechan. Entre la crudeza del evento y las incertidumbres resultantes, sobreviene la confusa, inesperada fractura entre marido y mujer, cuando ambos escenifican Muerte de un viajante, de Arthur Miller. Film mayor, elocuente, sensible, trabajosamente contenido, que encamina su mirada –profunda, elaborada– por las nociones de duda, culpa e ira. En 2017 obtuvo el Oscar a film en lengua extranjera. Por cierto, su título alternativo es El cliente.