El Cine es el arte “heredero de todas las artes”; es decir, su identidad particular en buena medida resulta de la síntesis de las demás. Y tal vez ha sido con la Música una de sus sinergias principales, cual lo demuestra, entre otras cosas, el musical, uno de los más bienamados géneros fílmicos. Aquí cuatro musicales contemporáneos, en orden alfabético, como opciones a conocer y/o revisitar mientras seguimos en casa.
En el bosque (2014), de Rob Marshall. Forma un collage de los cuentos clásicos La cenicienta, Caperucita roja, Rapunzel y Jack y las habichuelas mágicas, en el que los sucesos se dan entre hermosas canciones. Pero es un film mucho más sombrío y adulto de lo que se acostumbra en Disney. Incluye trazos de los cuentos mencionados, mas otros “originales” que hacen posible armonizarlos en una sola línea argumental. No hay final feliz, sino uno al que los personajes deben “acomodarse” dadas las circunstancias (eso basta en estos tiempos para un final presumiblemente feliz). Advertencia a las familias: en el transcurso mueren dos madres, una abuela y una esposa…infiel; además, dos hermanas quedan ciegas por los picotazos de ciertas aves sobre sus ojos. (Y ya mejor no menciono la aparición de un lobo –Johnny Depp– que más sugiere acoso infantil que mero apetito).
La la land (2016), de Damien Chazelle. En Los Ángeles, un pianista adorador del jazz conoce a una aspirante a actriz llena de sueños. Ya juntos, la magia comienza para ambos, aunque siempre está “la vida” para impedir (o matizar, al menos) que sus días sean un acabado cuento de hadas. Musical elegante, candorosamente sofisticado, de rigurosa claridad conceptual: no tiene un solo segmento caprichoso, ocioso, o fuera de lugar. Su música y coreografías son deslumbrantes; y este, el mapa de sus canciones: salir hacia una noche adorable (A lovely night) o hacia un nuevo día de sol (Another day of sun); que no te atemorice depender de alguien (Someone in the crowd), ni desnudar tu alma frente a desconocidos (Audition); todo ello en una ciudad desafiante (City of stars), a la que tu convicción podría incluso incendiar de energía (Start a fire).
Los miserables (2012), de Tom Hooper. Narra, claro, la historia de Jean Valjean, preso 19 años. Al salir, obligado por las circunstancias, viola su libertad condicional, lo que hace que el inspector Jabert lo persiga por años sin tregua. Todo en el convulso entorno de un nuevo brote francés (siglo XIX) de idealismo revolucionario. El drama particular, pues, haciéndose parte, sin desaparecer, del drama mayor de resonancia universal. Basado en la novela de Víctor Hugo, si bien en realidad deriva de la exitosa puesta teatral de los 80s. Un festín para la vista y el oído, espléndidamente actuado y ejecutado.
Nine (2009), de Rob Marshall. Procede de Broadway y de la dramaturgia italiana pensada como homenaje a Federico Fellini. Ilustra el bloqueo existencial y creativo de un director legendario, a ocho días de iniciar el rodaje de su nuevo y esperado proyecto. La inminencia del desastre hace recapitular al tipo, quien desmenuza sus relaciones con las mujeres importantes de su vida: su madre, su esposa, su musa, su amante, su confidente, en pos de reencontrarse en lo personal y frente a su oficio. Al espectador promedio, Nine le resulta muy grata por las muchas estrellas en ella (Nicole Kidman, Penélope Cruz, Sophia Loren y Daniel Day-Lewis, entre otros), por la exuberancia de sus coreografías y porque hace del show business el marco perfecto de los eventos. Pero Nine acusa también irregularidades: en la calidad de algunos diálogos, en el tratamiento de algunos personajes relevantes y hasta en ciertas decisiones narrativas (¿parecerse más o menos a 8 y medio?), dramáticas (¿más peso al personaje o al status de estrella de quien lo encarna?) y estéticas (¿mostrar los 60s justo como sesenteros, o maquillados de una modernidad más acorde al tipo de musical preferido por la taquilla?).