A sus 84 años, Woody Allen sigue siendo un realizador seguido, que genera interés. De hecho, su cinta más reciente está a la espera de estrenar, en cuanto termine la situación especial que priva. Se llama El festival de Rifkin y su marco es el Festival de Cine de San Sebastián. Mientras tanto, dejo aquí la propuesta de un pequeño ciclo Woody Allen, con tres de sus films de este siglo. Se entregan según su año de producción.
Match point: la provocación (2005). Por azar, Chris (Jonathan Rhys Meyers), un ex-tenista, y el acaudalado Tom Hewett (Matthew Goode), se hacen amigos cercanos. Tanto así que Chris pronto se casa con la dulce Chloe (Emily Mortimer), hermana de Tom, lo que cataliza su ascenso en la escala social londinense. Pero Chris entabla también un tórrido affaire con la sensual y atractiva Nola (Scarlett Johannson), ex-novia de su ahora cuñado. Por supuesto, las complicaciones que derivan ponen el matrimonio y la posición de Chris en riesgo inminente. En Match point, Allen elige al drama como tono para explorar las emociones y pasiones de sus personajes. Su lectura más obvia refiere cuán frecuentemente incurrimos (¡conscientemente!) en faltas o pecados, calculando lo conducente para salir de ellos intactos, sin que parezca afectarnos la inmoralidad, el desequilibrio, la injusticia, de hechos así. Inquietante retrato de la latente inconstancia humana ante los “giros” del deseo, del destino y de la suerte, la película –de rigor admirable– otorga al rol del azar su incuestionable peso, reconociendo su recurrente definitividad.
Vicky Cristina Barcelona (2008). Las jóvenes norteamericanas Vicky (Rebeca Hall) y Cristina (Scarlett Johannson) –opuestas, pero mejores amigas– llegan a Barcelona. Conocen a, y se enamoran de, Juan Antonio (Javier Bardem), un pintor más célebre por su tormentoso divorcio que por sus obras. Como está comprometida, Vicky intenta replegar su atracción por el tipo, quedando el camino libre para Cristina –siempre arriesgada y desinhibida– pero reaparece en escena la ex-esposa, María Elena (Penélope Cruz), no dispuesta a que le roben la atención de su marido, aunque en rigor ya no lo es. Historia de amores, desamores y pasiones que tiene como bisagra al personaje de Bardem y como detonante catalizador al de Penélope, cuya pasión por Juan Antonio confunde sus nexos con el mundo real. Un disfrutable, atípico triángulo-cuadrángulo de relaciones (des)amorosas, que se vuelve pentágono una vez asumida la soberbia Barcelona como el 5º personaje estelar. Allen recupera el tono juguetón en el que mejor trabaja, abordando una vez más el principal tema de su filmografía: las relaciones interpersonales contemporáneas.
Un hombre irracional (2015). Abe Lucas (Joaquín Phoenix) –profesor de filosofía depresivo, bebedor y desilusionado– hace amistad con Jill (Emma Stone), una de sus estudiantes, quien se enamora de él pero no consigue “recuperarlo”. Por una charla al azar se enteran de que una mujer está a punto de perder la custodia de sus hijos, por culpa de un juez deshonesto. La desesperada mujer menciona que querría “verlo muerto”. Con absoluta certidumbre, Abe reencuentra sentido para su vida, al descubrirse como quien debe eliminar al juez infame. Además, no conoce a las partes ni tiene motivo alguno. La gran posibilidad de ayudar a alguien que lo necesita, a través de un crimen…¿perfecto? Cinta absorbente, aunque no una de las más redondas de Woody Allen. Pero no es poca cosa; en especial por esa errática premisa del personaje, quien trágicamente –al borde del abismo emocional– recupera su plenitud y deseo de vivir, su racionalidad(?), a partir de una motivación irracional a todas luces. La ironía no puede ser más evidente: le sucede a un Doctor en Filosofía, en teoría “blindado” contra cualquier impulso irreflexivo. Desde luego, no faltan en la trama de Allen los giros del azar, que desestabilizan lo suficiente a la película para convertirla en otra distinta y, eventualmente, en una más distinta aún.
