El 1 de diciembre de 1920, hace casi exactamente 100 años, Álvaro Obregón Salido se convertía en Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos. A partir de entonces, con la excepción -que confirmó la norma- del interinato de Emilio Portes Gil por el asesinato del electo antes de tomar posesión, el cambio de presidente en México se ha dado de manera pacífica y en tiempo y forma legal, aunque no democrática ni legítima.
Sólo uno desde entonces no terminó su periodo, Pascual Ortiz Rubio, que renunció por motivo personal y fue sustituido, con apego a la norma, por Abelardo Rodríguez.
Ha habido elecciones cuestionadas, como la de Manuel Ávila Camacho contra Juan Andrew Almazán y dos claramente fraudulentas, la de Salinas en 1988, operada por Manuel Bartlett y la de Calderón en 2006, ordenada por Fox, además de otras inequitativas como la de Peña en 2012 y sólo dos legítimas sin dudas, la de Fox en 2000 y la de López Obrador en 2018. Pero el caso es que no ha habido interrupciones violentas de los lapsos pactados y fueron detenidos los últimos intentos, delahuertista y escobarista.
En este siglo de formalidad democrática hemos tenido de todo, incluso progreso y desarrollo, pero no democracia real y no sólo electoral. Por eso tenemos un país tan desigual e injusto, donde muy pocos gozan de lo superfluo y muchos carecen de lo necesario.
Lo contrario a la democracia no es la dictadura, es la desigualdad.
Y no se ve, en el corto plazo, posibilidad cierta de que esto cambie. El sistema presidencialista centenario no tiene alternativa viable, se perdieron los acuerdos que lo sostenían, los parches y los remiendos ya no alcanzan a rescatar el tejido social, ni el político, ni el económico, raídos y podridos. Por eso vemos cada vez más odio, más encono, mayor división. No es casualidad, es producto de ese gatopardismo que busca revitalizar lo agotado.
Es tiempo de pensar en una refundación de la Patria.
Necesitamos un nuevo pacto político que garantice los intereses de todos y considere realidades nuevas que no se detendrán: el feminismo, el ambientalismo, la informática, la comunicación instantánea, entre otras, no caben en las viejas estructuras.
Es tiempo de pensar el México de los próximos cien años.