La codicia y la falta de escrúpulos son un tándem natural. En Descuida, yo te cuido (I care a lot), de J Blakeson, Marla Grayson (Rosamund Pike) se dedica, de manera muy lucrativa, a “administrar” los bienes de todos los ancianos de quienes, “legalmente”, se le ha designado “tutora”; personas que se ven obligadas a obedecer sus instrucciones, quiéranlo o no. Hay tantas comillas en la oración anterior, que es necesario explicarla. En la práctica, lo que Marla hace –apoyada por su equipo de associates– es despojar a esos ancianos de sus propiedades, desde la fachada a modo que le otorgan los cuidados médicos y asistenciales que les gestiona. Su respaldo legal son los respectivos dictámenes de un juez bien intencionado pero ingenuo, recurrentemente engañado –durante años– por esa Marla de trato y apariencia tan seguros y profesionales. Claro, la mujer ha sido denunciada por familiares de las víctimas, pero sin éxito. El tinglado de Marla –tan cuidadosamente estructurado en todos sus detalles– es inmune a cualquier embate. Así, el negocio florece exponencialmente, como depurada evidencia del sueño americano. Y como en todo negocio hay clientes mejores que otros, a Marla –a quien acompaña siempre su amante Fran (Eiza González)– se le presenta la ocasión de una clienta ideal: Jennifer Peterson (Dianne Wiest), rica y sin familia alguna; una verdadera joya, sobre la que Marla se lanza de inmediato. Con una mujer del “perfecto” perfil de Jennifer, ¿qué podría salir mal?
Es complicado relacionarse con Descuida, yo te cuido, al menos por un par de razones. La primera y más clara, que al ser todos sus personajes esencialmente detestables (o al menos muy cuestionables), no encuentras con quién o de qué lado jugar el “partido” que la película propone, lo cual genuinamente es un problema. Y la segunda razón: hay demasiados giros –demasiados eventos– que son muy difícil de creer, en el universo de un film planteado, desde su inicio, con “aterrizaje” en el día a día de la vida real. No menciono esos giros y rasgos para no arruinar la experiencia del espectador, pero dos o tres de ellos no aprueban una evaluación más o menos básica de causa-efecto argumental, ni de las reacciones de algunos personajes según su identidad. Es a partir de esto que la película se debilita, en especial en cuanto a su intención de hacer crítica de un sistema –el capitalismo, en su peor versión– en el que el fin son las ganancias, el dinero, sin que importen los medios, por injustificables que sean. No obstante (sucede con frecuencia en el cine) la película mantiene su atractivo, el interés por verla, a despecho de lo espeluznante que resulta la falta de escrúpulos de sus contendientes: la multicitada Marla, y Roman (Peter Dinklage), quien se torna personaje nuclear de la película a partir del 2º acto. Son leones, no corderos, que Pike y Dinklage –debe destacarse– actúan de manera formidable, proyectando, cada cual a su manera, lo peligrosos que son y hasta dónde están dispuestos a llegar. Entonces, en Descuida, yo te cuido hay elementos tanto para descartarla como para disfrutarla, sin ser acabado ni superlativo su resultado artístico. De todas formas, insisto, tiene momentos y sorpresas (no pocas) que justifican el tiempo que se le dedica. Entre ellas, nuestra Eiza González, no sólo guapa (eso va en automático) sino también muy presente y precisa como la también audaz Fran. Si se animan, a ver qué les parece.
¿Y qué más puede verse ahora mismo, sea en la sala cinematográfica o en las pantallas chicas? De lo que exhibe en pantalla grande, como que se antoja checar Twist, de Martin Owen, una puesta al día del relato clásico de Charles Dickens, en el que un Oliver Twist ya crecido está encarnado por Rafferty Law, hijo de Jude Law. Y si se quedan en casa, el canal Film&Arts ha ofrecido estos días, en diferentes horarios, Persona (1966), del enorme Ingmar Bergman, protagonizada por Bibi Andersson y Liv Ullmann. Ojalá no llegue tarde la lectura de estas líneas y todavía la alcancen, para conocerla o revisitarla.