Hace ocho días me referí aquí a dos escenas inolvidables –de Realmente amor y Casablanca— intocables en nuestro imaginario de experiencias fílmicas. Hoy rememoro una tercera, igualmente inolvidable: aquella (¡eléctrica!) de Ojos bien cerrados en la que Alice (Nicole Kidman) –en la recámara conyugal, envalentonada por la mariguana– le reprocha a William (Tom Cruise), su marido, que la asuma como “algo seguro”; vamos, que la “dé por hecho”. Así, en una suerte de monólogo –lentamente y apenas como un susurro– Alice cuenta a William algo que, sin duda, cambiará su relación para siempre…
¿Recuerdas el verano pasado en Cape Cod?. Sí, responde William. ¿Recuerdas una noche en el restaurante? Estaba este joven oficial naval sentado en una mesa cercana, con dos oficiales más. (Él): No. (Alice): El mesero le trajo un mensaje y salió; ¿lo recuerdas? (Él): No. (Alice): Le vi por primera vez esa mañana en el lobby. Tras registrarse, seguía al bellboy de equipaje hacia el elevador. Me miró apenas de reojo al pasar junto a mí; nada más, pero casi quedé inmóvil. Esa tarde, Helena fue al cine con una amiga y tú y yo hicimos el amor. Hicimos planes para el futuro y hablamos sobre Helena. Aun así, ni por un instante estuvo él fuera de mi mente. Y pensé que si me quisiera aunque sólo fuese por una noche, estaba lista para renunciar a todo: a ti, a Helena, a todo mi maldito futuro. A todo. Fue raro, porque al mismo tiempo eras para mí más querido que nunca; un momento en el que mi amor por ti era tanto tierno como triste. Casi no dormí esa noche. Desperté la mañana siguiente en pánico, sin saber si era miedo de que se hubiera marchado, o de que siguiera ahí. En la cena supe que se había marchado…y sentí alivio. (El intenso momento rompe al sonar el teléfono). Nunca Nicole Kidman estuvo más perfecta e irrepetible.
Y bien, sobre nuevos films a revisar, la cartelera sigue muy poco atractiva. Por eso recurramos de nuevo a Netflix. De Michael Steiner, algo escondida, ahí está El despertar de Motti Wolkenbruch, que en 2020 fue la representante de Suiza para contender por el Oscar a mejor película internacional. Se trata de una divertida, inofensiva comedia. En ella, el joven judío ortodoxo Motti (Joel Basman) es “acosado” por su intensa madre, que quiere casarlo ya (con una buena chica judía, claro). Por eso le atormenta con citas arregladas, que sólo confirman a Motti que prefiere como esposa (¡gulp!) a alguien diferente a él. Vamos, a una shicksa, que es como su comunidad se refiere, con menosprecio, a jóvenes no judías. Es justo cuando conoce a Laura (Noemie Schmidt), guapa, desinhibida, liberal…schicksa. ¿Lo aprobará doña mamá judía? Neyn. Film ligero, para pasar un rato agradable, de buenos momentos, pero que igual se mantiene al margen de cualquier reflexión de peso en torno a la ancestral vigencia de las costumbres y tradiciones profundas y más valoradas de ciertas comunidades. Por otra parte, también por Netflix puede verse (enlistada como Out of my league) la italiana Sul piú bello, de Alice Filippi, una gratísima sorpresa. En ella –comedia romántica con tintes de cuento de hadas– la jovencita Martha (Ludovica Francesconi, fantástica) padece una enfermedad incurable en los pulmones, con pronóstico de vida incierto. No obstante, vive sus días lo mejor que puede. Sabiéndose poco atractiva, pero positiva como es, se consigue una cita con el popular y apuesto Arturo Selva (Giuseppe Maggio), acostumbrado a las chicas más bellas de Turín. Pero entonces, ¿qué futuro tiene el descabellado arranque de Martha? ¿Podrá esta muñeca fea conquistar a ese príncipe encantado tan “fuera de su liga”? Sin pretensiones de más, Sul piú bello resulta una deleitosa pequeña gema –muy ocurrente– que además tiene un soundtrack de baladas muy bellas. Una de esas cintas de las que no esperas mucho, que parecen “menores”, y que sin embargo te gratifican en casi todo. Y esto curioso: algo en el personaje y la estética de Sul piú bello en cierta forma remiten a Amelie (2001). Anímense a verla, no van a arrepentirse.