En El callejón de las almas perdidas (Nightmare alley), la más reciente película del tapatío Guillermo del Toro, el mundo está en los albores de la 2ª Guerra Mundial. En EEUU, un tipo (Bradley Cooper) –de pasado emocional doloroso– se consigue un empleo en una feria ambulante de freaks y personajes “sorprendentes”. Ahí descubre que tiene un don para el engaño y aprende lo esencial para desarrollarlo, labrándose un eventual, promisorio, futuro como clarividente. Es así como –ya en plan “independiente” y en apenas un par de años– pasa de vagabundo sin oficio (prófugo de sí mismo) a mentalista admirado, superestrella de caros y elegantes shows para gente rica. Todo procede de la novela de William Lindsay Gresham, ya abordada por el cine en 1947 bajo la dirección de Edmund Goulding. El reparto de esta nueva versión es multiestelar; están en ella, además de Cooper, Cate Blanchett, Willem Dafoe, Rooney Mara, Toni Collette, Mary Steenburgen, David Strathairn, Richard Jenkins y (por supuesto) Ron Perlman.
No voy a comentar El callejón de las almas perdidas en este momento, sino hasta verla por segunda vez, a fin de profundizar en ella como se merece. Pero menciono de una vez que del Toro parece no tener “techo”; además, que no pierde la sinergia ascendente: cada uno de sus films siempre parece ser mejor que el anterior, con cada vez más highlights para disfrutar y sorprenderte (en este caso, muy en especial la impecable dirección de arte que ambienta los años 40s de la película). Y en cuanto al personaje medular –Stanton Carlisle, el trepador social cuya amoralidad le conduce a una espiral descendente definitiva– decir que Bradley Cooper nos regala la cereza del pastel en la última escena, con su reacción y respuesta al nuevo trabajo (“temporal”, claro) que maliciosamente le ofrecen. Según ha trascendido, Guillermo del Toro concibió esta escena como la más importante de su película, por lo que estaba decidido a hacer “50 o 60 tomas; las que sean necesarias para que salga como se requiere”. Asombrosamente, la escena quedó “perfecta” en la 1ª toma –Del Toro dixit– haciendo innecesarios más intentos. ¿Será este pasaje el que le signifique a Cooper una nueva nominación al Oscar? No falta mucho para saberlo. En fin, como lo mencioné al principio, ya tendré ocasión de profundizar en El callejón de las almas perdidas, en cuanto la revisite.
Ahora, aprovecho el tema Guillermo del Toro para recuperar algo de lo que en su momento escribí sobre su cinta anterior, La forma del agua (2017), publicado así en 120 películas en breve y a fondo (2019; Editorial UPAEP), de mi autoría: Inician los años 60. En un laboratorio gubernamental secreto, una empleada muda de limpieza, atrapada entre la soledad y la rutina, descubre y se enamora de un ser anfibio, “sujeto” de un experimento clasificado. Ilusionada, la vida de la chica cambia por completo. Pero lógicamente, están los consecuentes riesgos y sus implicaciones: la seguridad nacional, los rusos como “amenaza” y el desenlace del proyecto top secret. Sin saber el gramaje exacto, metan a la licuadora un poco de E.T., una pizca de Dr. Insólito y otro poco de La bella y la bestia, para un panorama aproximado. Pero no bastan los ingredientes; del Toro encontró las sinergias perfectas de su mezcla, resultándole un elixir tanto deleitoso como excitante. Una suerte de “cuento de hadas sobrenatural”, de tiempos de la “guerra fría”.
¿Y qué viene ahora para el tapatío? Tiene en postproducción Pinocho, codirigida con el animador Mark Gustafson. De lo que se sabe de ella, esto se lee en la IMDb: “Versión obscura y diferente del famoso cuento de hadas sobre el muñeco de madera que desea ser un niño real. Lo consigue convertido en un travieso malicioso que provoca maldades, pero eventualmente aprenderá algunas lecciones”. Aparentemente su estreno va a tardar todavía, hasta finales del año o principios del siguiente. Pero la expectativa ya está.