Cantar o no cantar
Si bien ya me he referido en este espacio a CODA –la cinta ganadora del Oscar como la mejor del año– sólo lo hice de manera referencial, para ubicarla. Me extiendo un poco ahora, después de verla por segunda vez. Cual se sabe, procede (a manera de remake) del film francés La familia Belier, de Eric Lartigau. Dirigida por Sian Heder, tiene que ver con Ruby Rossi (Emilia Jones), adolescente cuyos padres y hermano son sordos. Eso hace a la chica, por definición, la “voz” y traductora de su familia de pescadores, que vive muy estrechamente vendiendo su captura diaria a precios siempre desfavorables, lo cual más y más empeora su situación. Atrapada en este contexto, Ruby no puede siquiera contemplar el dar curso a su pasión por cantar –tiene una voz privilegiada– hasta que su profesor de música (Eugenio Derbez) se ofrece a prepararla para la audición de ingreso a una prestigiosa academia de Boston. La ilusión detona en Ruby; pero, ¿cómo abandonar a su familia en momentos tan apremiantes, cuando más necesitan de ella? ¿Su sueño y futuro como fruto de “traicionar” a quienes más quiere?
A partir de lo anterior, sobra decir que CODA es una película emotiva, que entiende la hondura de sus dilemas argumentales, sorteando (con éxito) las truculencias del melodrama excesivo. Tiene que ver, claro, con las tensiones entre la vocación y el compromiso –en este caso, el anhelo de cantar y el deber con la familia– cuando ambos están a flor de piel y lucen irreconciliables. Pero justo la lección de CODA (siglas de Child of Deaf Adults) es que los aparentes “polos” pueden conciliarse, precisamente desde el concepto esencial de la familia como apoyo, como impulso, y no como grillete que parte de una lealtad mal entendida. De esto florece el genuino, conmovedor valor del clan de Ruby (Troy Kotsur, Marlee Matlin, Daniel Durant, sordos los tres en la vida real), que de inicio duda y flaquea, pero que voltea también a su amorosa unión cuando más la necesitan. Así, CODA nos afirma que los auténticos valores de familia no están en desuso, haciéndolo con naturalidad y aterrizaje, (casi) sin trampas. No parece una película tan mayor, pero lo es, lo cual no significa que deba entusiasmar a todo mundo. Aplausos para el cast entero –en especial a los cuatro intérpretes de la familia Rossi– si bien nuestro talentoso Eugenio siempre parece estar haciendo pucheros (o eso se me figura). ¿La cereza de este pastel? Las entregas de Emilia Jones con su hermosa voz; en especial, sus interpretaciones a Both sides now, de Joni Mitchell, y de Beyond the shore. Cuánta belleza…
En cuanto a lo nuevo en salas cinematográficas, llama la atención la comedia indie Red rocket, de Sean Baker, realizador celebrado por sus cintas previas Tangerine (2015) y El proyecto Florida (2017). Ya sin mucho espacio, hoy sólo la ubico brevemente. Su protagonista es Mikey (Simon Rex), ex-“figura” del cine porno, obligado a regresar a su pequeña ciudad texana –tras 16 años en California– quebrado y después de no pocos líos. Con dificultad convence a su ex-mujer y a su suegra de que lo reciban (en realidad no le quieren con ellas), a cambio de una cuota de alojamiento y del pago de algunas cuentas domésticas. Si bien un tipo carismático, Mikey no logra conseguir trabajo; pero encuentra la ocasión de ganar plata distribuyendo yerba, justo cuando conoce a Strawberry (Suzanna Son), una adolescente de 17 años a la que vislumbra como un talento “natural” capaz de convertirse en la nueva gran estrella del cine para adultos. En otras palabras, traduce a Strawberry como su “puerta” de regreso al éxito financiero y a las grandes ligas del entretenimiento adulto. Todo esto (que por supuesto cae en lo cuestionable), en un contexto urbano marginal, con rasgos de rutina y desencanto, en épocas en las que Donald Trump hacía campaña para la presidencia –qué ironía– a partir del slogan Make America great again. Red rocket llega acompañada de diversos premios y nominaciones.