Hace horas estrenó en cines Bardo: falsa crónica de un puñado de mentiras, de Alejandro González Iñárritu, que además podrá verse en la plataforma Netflix a partir de mediados de noviembre. Filmada en material de 65mm, sorprende que apenas sea la 2ª cinta que el director rueda en México, de entre los siete largos que al momento conforman su filmografía. La otra es Amores perros (2000), claro. Sin conocerla todavía, acudo al brief argumental que sobre ella ofrece la IMDb: Comedia nostálgica, en el marco de un itinerario épico. Una crónica de incertidumbres, en la que el personaje principal –un afamado periodista y documentalista mexicano– regresa al país para enfrentar su identidad, sus relaciones de familia, el remolino de sus recuerdos, así como el pasado y la nueva realidad de México. Se trata de una película extensa; su versión final tiene 152 minutos, aunque el montaje original había quedado en 174, cercano a las tres horas.
Bardo: falsa crónica de un puñado de mentiras tuvo su premier en el Festival Internacional de Venecia 2022, en el que recibió un premio paralelo: el de la Unión de Universidades del Mediterráneo (Unimed), cuyo propósito –según la propia organización– es “promover intercambios culturales entre estudiantes, haciendo relevante el valor de lo intercultural, igual que la libertad de expresión, el respeto mutuo y la comprensión y tolerancia de las diferencias”. Ahí, en Venecia, se le pidió a Iñárritu una declaración definitoria de Bardo. Esto fue lo que dijo: “Hace algunos años, de pronto caí en cuenta de que mi camino faltante era mucho más corto que el dejado atrás. Inevitablemente, comencé a explorarlo hacia atrás y hacia adentro. Ambas rutas son esquivas y laberínticas. Tiempo y espacio se enredan. La narrativa que hace ‘nuestra vida’ no es más que un falso espejismo, construido de eventos vivenciados subjetivamente por nuestro limitado sistema nervioso. La memoria carece de verdad. Posee tan sólo convicción emocional. Es la verdad en esa emoción lo que me puse a buscar, en el enorme cajón de las quimeras que llevo conmigo. Debo advertirles por anticipado: no encontré verdades absolutas; sólo un viaje entre realidad e imaginación. Un sueño. Los sueños, como el cine, son reales pero no veraces. En ambos el tiempo es líquido. Bardo es la crónica de dicho viaje entre esas dos ilusiones, cuyas fronteras son indescifrables”.
Con honestidad dicho, la relectura de lo anterior nos pone en una disyuntiva (por qué no decirlo): o tal discurso es una genialidad reflejada a plenitud en Bardo, o a Alejandro…ya lo perdimos. Sólo el film podrá decantarnos al respecto y será, por supuesto, cuestión de opiniones y afinidades. Como sea, Bardo es desde ya la opción principal en salas –la película a seguir, si de estar “actualizados” se trata– como previo obligado a encendidas conversaciones valorativas. Veámosla en los cines, para que revisitarla en Netflix sea un segundo o tercer visionado. De esa forma tendremos un primer acercamiento más integral y orgánico a ese “viaje entre realidad e imaginación” que menciona Iñárritu, para después, ya en la plataforma, detallar, afinar, reevaluar, la experiencia.
Mientras tanto, a la luz de todo lo revelado, parece seguro decir que Bardo: falsa crónica de unas cuantas verdades es el film más personal de Alejandro González Iñárritu, a la fecha. En cierta forma, eso que fue Roma para Alfonso Cuarón. Y ello siempre resulta interesante, porque da la ocasión de ahondar en facetas más esenciales (y por ende, menos conocidas) del autor de la obra en turno. Así que todos a ver Bardo, puesto que lo único que no se admite es entrar a la casi segura división de opiniones sin haberla visto. ¿División de opiniones? Bueno, al momento la crítica está justo así. Hay expertos que le dan una calificación de 100 sobre 100, pero también otros que no la hacen pasar de 30. Y en el medio todas las gamas posibles: del entusiasmo eufórico a la decepción frustrante.
Maestro Naime, los comentarios que he escuchado son variados, tal como usted lo dijo en el programa, o les gusta y a otros nos les agrada.
En cuanto al lenguaje cinematográfico es evidente su evolución. Y me pregunto ¿ será eso suficiente para que el público la acepte como una de sus grandes películas?