El próximo septiembre, en Guadalajara, tendrá lugar la 65ª entrega del Ariel, premio de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMACC). Se destaca que cuatro de las cinco películas mexicanas aspirantes a la mejor del año, han sido dirigidas por mujeres: El norte sobre el vacío, de Alejandra Márquez Abella; Huesera, de Michelle Garza Cervera; La caída, de Lucía Puenzo, y La civil, de Teodora Mihai. Sumadas, las nominaciones a los cuatro títulos suman 49: Huesera 17, El norte sobre el vacío 16, La civil 9 y La caída 7. No recuerdo algo ni remotamente parecido, en años y años de estar atento al avance y logros del cine nuestro. Consecuentemente, Michelle, Alejandra y Lucía están nominadas a mejor dirección; no así Teodora, cuya eventual distinción quedó en manos de otra mujer: Natalia Beristáin, por su trabajo en Ruido, nominada en 5 categorías. Por venir a cuento, regreso aquí a algo de lo que en su momento escribí sobre La caída y sobre Ruido. Pronto me ocuparé de las otras cintas mencionadas, en columnas por venir.
La caída –basada en hechos reales– tiene por núcleo a Mariel (Karla Souza), clavadista ante su última oportunidad de obtener el oro olímpico en los juegos de Atenas 2004. Para eso entrena con Nadia (Déja Ebergenyi), joven promesa de apenas 14 años. Pocas semanas antes de la competencia, Irene (Fernanda Borches), madre de la niña, hace pública su sospecha de que Nadia ha sido abusada por Braulio (Hernán Mendoza), el entrenador del equipo. Como Irene no tiene pruebas (y Nadia lo niega), la acusación no prospera. Así, el proceso rumbo a Atenas continúa, pero ahora con Mariel en conflicto con los recuerdos de sus inicios…a la edad de Nadia. El guion de La caída deja la sensación de algunas inconsistencias, pero más bien son inconsistentes los personajes, acorralados e inseguros. Braulio miente alevosamente; Nadia, por inmadurez, temerosa de arruinar “su sueño”; y Mariel desde su silencio, porque siente cerca la medalla de oro. Y en el entorno, la negación; mirar para otro lado, guardar las apariencias. Aplausos a Karla Souza, por una actuación rigurosa e intensa, sin duda la más íntima y difícil de su carrera.
En Ruido, Julia (Julieta Egurrola) busca a su hija Ger (Nicolasa Ortíz Monasterio), desaparecida nueve meses atrás. Lo hace por su cuenta, dado que las autoridades mexicanas sólo han demostrado desinterés e incompetencia todo ese tiempo. En su viacrucis, Julia es acompañada por Abril (Teresa Ruíz), reportera que investiga la desaparición de personas en México. Con los altos riesgos del caso, Julia y Abril recorren el país buscando a Ger, cruzando en el camino de otras madres y mujeres que también buscan a sus desaparecidos. Encontrarse y convivir con ellas hace que la conciencia de Julia trascienda: en cierta forma ya no sólo busca a Ger; su caso es apenas uno más de un universo mayor –gigantesco– de corrupción, encubrimiento, e incluso colusión por parte de quienes tendrían que respaldar y cuidarnos, no lo contrario. Julia se suma pues al diario “ruido” resultante, necesario, con un ensordecedor ¡ya basta! como bandera. Sobra decir que Ruido es una película triste, por reconocible. Se sostiene y matiza en la actuación intensa, pero contenida, de Julieta Egurrola. En acuerdo con ese drama, Ruido mantiene una estética austera, intimista, de desdoble lento, que hace sentir el profundo dolor de Julia; su vacío e impotencia, sólo soportables por la indeclinable esperanza de encontrar viva a su hija, contra todo pronóstico según otros casos que va conociendo. Así el tono y ritmo de la película, hasta un acto final que da lugar a la “explosión” de lo factual visible, en remplazo de lo íntimo y latente. Acto en el que, coincidente con el surgimiento de ciertas pistas sobre Ger, la inicial contención de la película se hace caos y estruendo, en medio de una represión de Estado ya declarada, evidencia de un país controlado, manipulado, estrangulado, por la delincuencia organizada, más “jefa” y poderosa que nunca. Tanto, tanto, ruido.