Casada con Raúl (Alfonso Dosal), Valeria (Natalia Solián) está en busca de ser madre; por eso, Huesera, ópera prima de Michelle Garza Cervera, abre con una escena en la que la joven sube la larga escalinata hasta la Virgen Monumental de Ocuilan, para ofrecer flores a la Guadalupana y encomendarse a ella. Y sí, la Virgen “le hace el milagro”: Valeria se embaraza y los preparativos comienzan; entre ellos, la construcción de la cuna y el decorado del cuarto de la bebé –será niña– todo a cargo de Valeria misma. Sin embargo, no florece un cuento de hadas: además de que el círculo familiar de Valeria se nota escéptico sobre su capacidad para la maternidad, ella empieza a tener espantosas “visiones” (¿alucinaciones? ¿revelaciones? ¿augurios?) de contrahechas mujeres reptantes que la atacan y le quiebran los huesos, o incluso se dislocan a sí mismas para horrorizarla. Si bien Raúl quiere “creerle” a su cada vez más alterada mujer, no encuentra evidencias. De ahí que las dudas sobre Valeria crezcan: ¿está enloqueciendo justo en vísperas de ser mamá? Peor aún, la chica muestra signos de distanciarse de la tradicional ilusión de la maternidad. Todo esto la hace añorar sus tiempos adolescentes de punk, y sí, regresar ocasionalmente a Octavia (Mayra Batalla), su intensa amante de entonces. Sólo son ella y la tía Isabel (Mercedes Hernández) quienes brindan a Valeria un decidido apoyo. La bebé nace por fin, pero aun así el estado de Valeria empeora, con lo cual la seguridad de la niña está en claro riesgo. Por eso le apuestan a un recurso desesperado: un ritual extremo y peligroso de purificación y reencuentro, entre brujas (más que chamanas) de envergadura similar a las de esas malignidades que devastan a Valeria, sean las que sean.
Huesera es una muy inquietante parábola, en la vena del terror psicológico, en torno a conceptos (y sus periféricos) vinculados con la maternidad, vista casi siempre como la aspiración femenina cumbre, según la tradición histórica. El argumento de Garza Cervera inicia en ese territorio, para desdoblar de a poco como excepción: aunque nunca declarado, pareciera que en el fondo Valeria intuye que no está en ella ser madre, al contrario de lo que corresponde al papel de mujer felizmente casada, que además ha “superado” un pasado visto por las convenciones como “reprobable”. Esta inesperada intuición –originalmente inconsciente en la protagonista– es lo que la cinta traduce en Valeria como apariciones antinaturales, amenazantes. De ahí el tratamiento genérico (el horror), que permite y justifica lo ominoso, lo obscuro, lo siniestro, desarrollados con una mesura que no merma la efectividad ni del relato ni de los sobresaltos. Los filos, pues, al doble: los propios de un tema por tradición sacralizado –aquí magnificado por diversas connotaciones religiosas– y esos propios de la estética para exponerlo: el de un cine cuya esencia le conducen y obligan al shock del espectador, con antesala en el miedo y en lo inesperado.
Asumiendo con lucidez y capacidad ambos territorios, Huesera funciona en todos niveles. Cierto es que su final desconcierta un poco, inesperado como es; sin embargo, parece adecuado como confirmación de los genuinos y recónditos sentimientos de Valeria. Después de recibir diversos reconocimientos internacionales –en Festivales como Morelia, Tribeca, Sitges y Turín– Huesera ostenta ahora 17 nominaciones al Ariel: a mejor película, ópera prima, dirección, guion original (Abia Castillo-Michelle Garza Cervera), fotografía (Nur Rubio Sherwell), edición (Adriana Martínez), sonido (Christian Giraud-Pablo Lach-Omar Pareja), actuación femenina (Natalia Solián), co-actuación femenina (Mayra Batalla, así como Martha Claudia Moreno), revelación actoral (Isabel Luna), diseño de arte (Ana J. Bellido), efectos visuales (Raúl Prado), efectos especiales (Raúl Camarena-Gustavo Campos), música original (Gibrán Andrade-Rafael Manrique), vestuario (Gabriela Glower) y maquillaje (Adam Zoller). Huesera, que ya anduvo en salas, pasa ahora por Prime.