Uno de enero, dos de febrero, tres de marzo , cuatro de abril, cinco de mayo, seis de junio, siete de julio, San Fermín; a mi me gustan los toros y encuentro manifestaciones artísticas que me emocionan y me parecen de gran belleza cuando se conjuntan ciertos elementos: bravura del animal, clase y habilidad en el torero, emoción en el público y miedo en el ruedo, entre otros.
Respeto la opinión de los que se oponen a la práctica de este espectáculo y reconozco que el toro sufre veinte minutos, más o menos, que es lo que dura una faena en promedio. Podría explicar el sentido de cada una de las llamadas suertes – picado con vara larga, banderillas y muerte a estoque, en lo que a doloroso se refiere – porque todas estas acciones tienen un sentido y corresponden además a una tradición centenaria, pero esto es inútil cuando hay una postura – insisto en que me parece respetable – definida contra todo tipo de maltrato animal. Solo quiero señalar que el toro de lidia se extinguirá si la tauromaquia desaparece porque su especie solo es útil para esta practica. Un animal que vive tres o cuatro años a sus anchas en el campo, el primer año junto a su madre que lo cuida y lo protege, que tiene una característica de fiereza natural en su ser, no es negocio para nadie y no encontraría criadores que lo conservaran pues no recuperarían lo invertido. Veríamos algún ejemplar en esas prisiones, más o menos aceptables, que son los zoológicos.
Cuando alguien habla de lo salvaje del toreo, de su crueldad, yo suelo preguntar si es vegetariano absoluto, porque yo encuentro una crueldad mayor, por mucho, en el trato que se le da al ganado de abasto, que es separado de su madre en el momento en que nace, castrado a corta edad, frecuentemente estabulado o encorralado sin pisar nunca el campo y sin un solo día de libertad, engordado de manera artificial, transportado en terribles condiciones al rastro y ahí muerto sin sol, sin color, sin música, sin aplausos, sin gloria alguna. Para no mencionar a los peces que siempre mueren asfixiados o a las aves que pasan su vida en una jaula donde apenas caben, poniendo huevos infértiles, o a los cerdos o a los gansos; tantos animales cuyo destino es satisfacer necesidades humanas de alimentación, pero también de negocio.
Yo no me opongo a estas costumbres, o necesidades, o satisfacciones, según se quiera ver, porque creo que el ser humano tiene derecho a aprovechar los frutos, las plantas y los animales de la tierra en su beneficio, incluso en lo lúdico, porque en las artes ecuestres, por citar un ejemplo, a los caballos se les obliga a ejecutar saltos que no están en su naturaleza para el goce de los jinetes y hay carreras de galgos entrenados para actuar como no lo harían si tuvieran oportunidad de escoger. Por cierto, no me gustan los circos con animales porque creo que obligan a estos a actuar contra su naturaleza; un elefante no se pararía sobre una sola pata ni un tigre atravesaría un círculo de fuego si no se viera obligado a hacerlo. Pero el toro de lidia es bravo y embiste porque esa es su naturaleza.
Termino manifestando mi respeto a todas las opiniones y pidiendo respeten las de cada quien. Esta mañana empezaron los sanfermines en Pamplona, esa tradición que rememora el modo en que eran transportados los toros en otro tiempo y que ha emocionado a muchos e inspirado a varios para escribir de la fiesta brava cuando la comprenden y la sienten, Hemingway como inmediato y famoso ejemplo, pero no único.
A Pamplona, si Dios quiere, hemos de ir alguna vez, mi niño, con el pañuelico y el diario enrollado.¡ Viva San Fermín !