Lo sabemos todos (desde siempre) pero no deja de sorprendernos cuán distinto puede ser el cine; cómo es que –por ejemplo– Hombre al agua, de Rob Greenberg, y Hogar, de Fien Troch, pueden las dos pertenecer a esta misma, monumental, industria cultural, siendo entre ellas tan abismalmente diferentes. Y desde luego hay público para ambas, seguramente diferente por igual, que se enfrasque con una de ellas (habrá quien lo haga con las dos) justo en los términos de lo que busca y de lo que espera recibir: más entretenimiento que reflexión, más diversión que hondura, más vértigo que serenidad, más sentimiento que razón…o viceversa, en todos los casos.
En cuanto a Hombre al agua (Overboard), es el remake de Hombre nuevo, vida nueva (Overboard, también), realizada en 1987 por Garry Marshall, con Goldie Hawn y Kurt Russell como protagonistas, con los roles cambiados: ella es la abusiva y Russell el carpintero pobretón empeñado en darle una lección. En la actual, Eugenio Derbez interpreta a Leonardo, un millonario irresponsable y mujeriego sólo bueno para los placeres, que desde su status de “poder”(?), abusa frívolamente de quienes le rodean. Entre esos está Kate (Anna Faris), madre de tres niñas y empleada multi-chambas con eternos problemas económicos. Pero Leo sufre un accidente: cae desde su yate al mar y queda con amnesia total; oportunidad perfecta para Kate de cobrarse todas las que el tipejo le debe y de paso enseñarle, entre otras cosas, consideración y respeto para los demás. Si se lo están preguntando, la respuesta es “no”; la película nunca nos dice (y no tengo pista alguna) cómo fue que Leo no se ahogó in the first place. Hombre al agua es una cinta bien intencionada que en mucho se queda corta: ni tan atrapante, ni tan divertida, ni tan punzante. Buenos momentos tiene, pero en lo global predominan la medianía y el “pecado” de desaprovechar presencias de peso como las de Jesús Ochoa, Cecilia Suárez, Omar Chaparro, Mariana Treviño, que dan para fuerza y matices que aquí no están. Lástima, por ser mucho el talento reunido para el proyecto, palpable más allá del común rechazo de ciertos sectores (justo a veces, otras no) a la idea “una película de/con Eugenio Derbez”.
Por su parte, Hogar (Home; 2016) es un film importante; una de las pocas muestras que llegan de cine belga. Presume el premio de mejor dirección del Festival de Venecia y el premio del público del Festival Internacional de Ghent. Su núcleo son cuatro adolescentes: Sammy, que deambula y juguetea por una vida sin aparentes preocupaciones; Johnny, hijo único de una madre manipuladora, abusiva al exceso; Kevin, recién salido de la cárcel, siempre a punto de explotar; y Lina, rebelde y perdida, sin encontrar su sitio en una rutina de amigos tan desubicados como ella. El estacionado contexto de los cuatro se fractura y distorsiona a partir de un evento trágico que, más y menos, los involucra a todos. A partir de tal sacudida, les presiona una necesidad de cambio, lo que les confunde y fragiliza. Hogar es una película adulta sobre adolescentes; una mirada neutral, amarga, descarnada, a la brecha generacional y a la incomunicación entre los involucrados: jovencitos desinteresados de cualquier cosa que no sea divertirse un día a la vez –sólo atentos a sus teléfonos, a fumar, a ligar— y unos adultos (padres, maestros, entorno) incapaces de establecer con ellos algún vínculo medianamente significativo o, al menos, compartible. La directora Fien Troch acertó al filmar Hogar en un estilo directo, de documental, con una cámara en mano (incluso desde celulares, a ratos), para dotar a su cinta del necesario sentimiento de urgencia y espontaneidad en ese ámbito juvenil totalmente divorciado de las normas, de las recomendaciones y de los límites marcados por los “grandes”. Una película incómoda, áspera, que sin embargo resulta imprescindible para entender ciertas cosas, desentender otras –y preocuparnos de muchas más– de nuestros adolescentes.