Tenemos alrededor de setenta y cinco mil muertos por el Covid, muchos más por la violencia general y tragedias estrujantes por razón de género, además una crisis económica grave y enfrentamientos y desencuentros diversos, pero parece que lo único importante es la política electoral.
En lugar de planteamientos serios, debate político de altura, propuestas fundadas y razonables, tenemos una politiquería de desplegados, recolección de firmas, plantones de casas de campaña -nunca mejor dicho- vacías y canibalismo interno en el partido en el poder, con acomodos en los demás membretes electoreros, también vacíos de ideas y de ideales.
Hay divergencias dentro del mismo gobierno y descalificaciones lamentables para muy respetables personas mientras crece la desmemoria y la indulgencia para otros.
Veo logros importantes en el gobierno federal: se detuvo el despilfarro en lujos, se combate la evasión fiscal y se empareja el piso para todos sin privilegios para nadie, se combate la corrupción o cuando menos se le condena, se atiende a los más pobres con programas sociales, se invierte el dinero público en infraestructura, entre otras cosas. Pero no se informa con precisión y claridad, con nombres y números, de esto.
La oposición, siempre necesaria en una democracia, tampoco atina a articularse. Vemos expresiones francamente ridículas como las de Frenaa, que lo único que logra es exhibir la estupidez colectiva, afortunadamente de muy pocos, entre rezos y mantras sin sentido ni futuro.
Hay que levantar la mira, adecentar la política, pensar en el país y su destino, en las generaciones por venir, no en las elecciones próximas.
Pero no veo por donde; los profesionales de la grilla, los apasionados por el poder, padecen miopía política y están enfermos de ambición. Por eso caen en las trampas que les ponen y ni siquiera se dan cuenta.
Las elecciones próximas son, tal vez, la última llamada para rescatar lo que queda de sano en la sociedad, de noble en la política y de viable en la economía. Creo que la opción de voto debe basarse, como nunca antes, en las personas y no en los partidos, manzanas podridas sin remedio.
Los candidatos deben ser semillas a plantar para bien del bosque nacional, no viejas frutas envenenadas.