Las películas, ¿se agotan en su primera mirada? No, si están imbuidas de algún tipo de valor. En ese caso, les sucede lo contrario: parecieran crecer, enriquecerse –y enriquecerte– con cada nuevo visionado. Porque en efecto hay películas que no te cansas de ver, a partir (desde luego y como siempre) de los gustos de cada persona. Al respecto, cada cinéfilo tendrá su lista de films que puede ver “decenas de veces”. La mía contempla, entre otros, los nueve que aquí dejo a consideración; más y menos comerciales, más y menos relevantes entre público y crítica, más y menos exitosos en taquilla. Sin un criterio específico de ordenamiento, yo “siempre” podría ver, sin cansarme…
El graduado (1967), de Mike Nichols, con Benjamin (Dustin Hoffman) en impropio affaire con Mrs. Robinson (Anne Bancroft), mientras cae en la cuenta de que la mujer de su vida es la preciosa Elaine (Katherine Ross), justo la hija de esa señora. Y desde luego, no estorban a la película las inolvidables baladas de Simon & Garfunkel. El Padrino (1972) y El Padrino II (1974), de Francis Coppola, entregando los eventos de la saga de la famiglia Corleone, desde los personajes de Vito Corleone (Marlon Brandon cuando viejo, Robert De Niro cuando joven) y de Michael Corleone (Al Pacino). Una escena inolvidable tras otra, tras otra, tras otra. Ver ambas películas para siempre, es una oferta que no puedes rehusar. Moneyball (2011), de Bennett Miller –basada en hechos reales– en la que Brad Pitt encarna a Billy Beane, el Gerente de los Atléticos de Oakland durante aquella legendaria temporada 2002, en la que el club impuso record de 20 victorias consecutivas a partir de un roster de jugadores conformado según…estadísticas. Una crowdpleaser absoluta, pero también una película inspiradora, de estatura mayor, en la que Jonah Hill brilla en su rol de nerd (!!!) de los datos numéricos. (Y la secuencia de la victoria #20…¡madre mía!).
¿Y adónde vamos ahora? (2011), de Nadine Labaki, en la que las mujeres católicas y musulmanas de un pueblo libanés toman acciones drásticas (incluso descabelladas) para acabar con las muertes y el derramamiento de sangre por disputas religiosas. Cinta multitonal (a ratos comedia, a ratos melodrama o drama) que, independientemente de sus preocupaciones esenciales, no puede ser más disfrutable. Realmente amor (2003), de Richard Curtis, cuya premisa central es all you need is love: ese sentimiento (no importa la edad de la pareja) que a veces encuentras pronto y bien, a veces pronto o bien, y a veces ni pronto ni bien. Todo ilustrado con tanta ternura, con tanta calidez y convicción, que la película se hace irresistible. Y en ella –hablando de enamorarse– sólo dos “palabras”: Keira Knightley. La la land (2016), de Damien Chazelle, historia de amor entre un pianista y una aspirante a actriz, en el acostumbrado referente del show business: Los Ángeles. Ideal para quienes buscan un gran musical (sofisticado y elegante en este caso) y/o un moderno cuento de hadas. Las canciones son maravillosas; y las coreografías, deslumbrantes. Entre copas (2004), de Alexander Payne, el viaje de dos amigos por la ruta de los viñedos californianos, en la semana previa a la boda de uno de ellos (pero siempre hay alguna chica que aparece). Un film agudo e irreverente sobre el corazón masculino, que puede resultar jocoso o espeluznante según se le vea. Como los buenos vinos: se hace mejor con el paso del tiempo. Finalmente, Violinista en el tejado (1971), de Norman Jewison, otro musical; este sobre ser pobre, ser judío y vivir en la Rusia pre-revolución, con tradiciones ancestrales y tres hijas casaderas a tu alrededor. Una delicia, de la que casi todo queda en la memoria; en especial, la escena en la que Tevye (Topol) le pregunta a Dios por qué no le concedió al menos un poco de dinero, antes de cantarle (y a nosotros) If I were a rich man. En fin: nueve títulos, distintos entre ellos, que –reitero– puedo ver una y otra vez, sin reparo alguno, por los sentimientos que su respectiva magia particular me provocan.