La cinta colombiana El olvido que seremos (2020), dirigida por el madrileño Fernando Trueba, está basada en hechos reales, novelados por Héctor Abad Faciolince con relación a la figura de su padre, el Dr. Héctor Abad Gómez, médico, profesor universitario y activista de Medellín, cuyas causas –indeclinables siempre– fueron la salud pública, la tolerancia, los derechos humanos y el compromiso activo, cercano, con los más necesitados. Sus posturas críticas frente a las autoridades municipales, frente a los políticos inoperantes e incluso ante la jerarquía religiosa, le ganaron muchos enemigos en los 70s y 80s en Colombia, lo que a la postre le costó la vida: el Dr. Abad fue ejecutado por sicarios el 25 de agosto de 1987, poco después de recibir una invitación a contender por la alcaldía de Medellín. El film reparte su narrativa en los años 1971-72, 1983 y 1987, contada principalmente desde la óptica de Héctor Joaquín, el único hijo varón de los Abad Faciolince, a quien sus padres y hermanas cariñosamente llaman Quiquín. Así pues, le conoceremos de 13 y 14 años (interpretado por Nicolás Reyes Cano) y, respectivamente, de 25 y 29 años (actuado por Juan Pablo Urrego).
El olvido que seremos es una hermosa película, conmovedora e inspiradora, que nos acerca a la vida y obra del Dr. Abad Gómez –notablemente encarnado por Javier Cámara– rodeado del inagotable amor de su familia, del respeto de cuantos le conocieron de cerca, del agradecimiento de todos esos a quienes ayudó, pero también de los rencores y encono de los poderosos, que resintieron a este humanista como una amenaza a sus mezquinos intereses particulares. Trueba filma en color los 70s –años luminosos para Quiquín, creciendo y aprendiendo de su admirado padre– y en blanco y negro los 80s, años aciagos y peligrosos, cuya violencia brutal se llevaría al Dr. Abad. En un desolador momento de la cinta, ante el cuerpo ya sin vida de su esposo, Cecilia Faciolince (Patricia Tamayo) se pregunta: “¿Cómo es que se puede matar a alguien tan bueno?”; un reclamo que entendemos a plenitud puesto que, en efecto, para entonces los espectadores estamos ya imbuidos de esa bondad y de la rectitud de un hombre que, sin dudarlo, se negó a pensar en sí mismo para pensar en los demás. Es así que, cuando se termina de ver El olvido que seremos, es inevitable pensar cuántos líderes como Héctor Abad Gómez le faltan al mundo. Y tal vez en eso está el genuino valor de la película: en llevarnos al anhelo de que sean decenas de miles más, para una vida justa y digna para todos y no sólo para unos cuantos. Un trabajo sensible, muy emotivo, de relevancia artística pero sobre todo testimonial.
Ya para concluir con El olvido que seremos, destaco aquí, entre varios momentos entrañables, conmovedores, ese en el que Quiquín, entre lágrimas, lee de un trozo de papel encontrado en el saco ensangrentado de su padre. Palabras escritas de su puño y letra: Ya somos el olvido que seremos. El polvo elemental que nos ignora, y que fue el rojo Adán, y que es ahora todos los hombres, y que no veremos. Ya somos en la tumba, las dos fechas del principio y el término. La caja, la obscena corrupción y la mortaja; los triunfos de la muerte y las endechas. No soy el insensato que se aferra al mágico sonido de su nombre. Pienso con esperanza, en aquel hombre que no sabrá que fui sobre la tierra. Bajo el indiferente azul del cielo, esta meditación es un consuelo. El olvido que seremos obtuvo el Goya 2021 a mejor película iberoamericana.
(Concluyo esta columna con mucha tristeza: a sus apenas 34 años de edad, murió el talentoso, muy sensible cineasta peruano Oscar Catacora, realizador de la extraordinaria Wiñaypacha, reconocida en el 33 Festival Internacional de Cine en Guadalajara con los premios a mejor ópera prima y mejor fotografía, al igual que con el Premio FEISAL. Como miembro del jurado, a mí me tocó entregarle este último. Que en paz descanse).