La Dra. Rose Cotter (Sosie Bacon) es una terapeuta psiquiátrica que, todos los días, se ve de frente con casos mentales extremos en el hospital en que trabaja. De hecho, ella misma arrastra, desde la infancia, un trágico trauma familiar. Una tarde le piden atender a Laura (Caitlin Stasey), una joven recién llegada, histérica por un pánico mayúsculo: afirma ver a un ente maligno –en la forma de personas diversas– que amenaza su vida. En medio del interrogatorio, la muchacha se descontrola, asustando a Rose, quien solicita ayuda inmediata. Instantes después, antes de que esa ayuda llegue, la joven –con una sonrisa indescifrable y ya en completa calma– lentamente se degüella frente a la aterrorizada psiquiatra. A partir de esto, la vida de Rose Cotter cambia drásticamente. Tiene episodios de severa inquietud (los atribuye al impacto del suicidio de la chica), pero además inexplicables alucinaciones, que van creciendo en intensidad. Buscando respuestas, regresa al caso de Laura, quien días antes de su suicidio, fue testigo a su vez del suicidio de uno de sus profesores. Rose se adentra más y más en sus pesquisas, al tiempo que, al mismo ritmo, aumenta el deterioro de su estado mental. Cuando se da cuenta de que hay varios casos previos similares al de Laura –suicidios (sonriendo) de personas que antes atestiguaron otros suicidios “sonrientes”– Rose descubre una suerte de “patrón” en esa seguidilla de muertes, que entiende como una especie de maldición. Inevitablemente, todo esto la lleva de regreso a su propia historia de familia.
Lo anterior corresponde a Sonríe (Smile), escrita y dirigida por Parker Finn –su opera prima– un espléndido, efectivo, ejercicio en horror. ¿Qué es lo que centralmente se pide a este género? Que te asuste; que gradualmente te lleve de la intranquilidad al sobresalto y el temor. Sonríe lo consigue siempre, a partir de más momentos de impacto, sorpresivos, de lo que estamos acostumbrados. En Sonríe, los eventos tienen sentido cuando la narrativa lo exige, pero también carecen del mismo cuando resulta apropiado para el aumento de la tensión y la incertidumbre. Esas dosis de sentido-sinsentido están muy bien balanceadas, en el marco de una atmósfera siempre inquietante. La convencida dirección de Finn está esencialmente apoyada por los trabajos de cámara, de montaje, de música, cuya efectividad les hace lucir en su servicio al proyecto, no por sí mismos. Planos inquietantes, cerrados o abiertos e incluso invertidos; ritmos cambiantes, de lo lánguido a lo abrupto, que en medio construyen la tensión y anticipan el shock; una música (del chileno Cristóbal Tapia de Veer) que más sugiere climas de demencia, de impotencia, que terror. Y desde luego, actuaciones a la altura de una trama así, en que la calidad interpretativa tiene más que ver con “precisión” y (de algún modo) con un sentimiento de desquicio y resiliencia. Así pues, Sonríe resulta una muy buena opción de entretenimiento, en especial para quienes gustan del cine de horror. ¿Que cómo es posible que divierta lo que asusta? No lo sé a las claras; pero parece que así es cuando estás en una butaca cinematográfica y no, por ejemplo, en el asiento de un avión. Y chequen este dato: la película recaudó 22 millones de dólares en apenas su primer fin de semana, sólo en los EEUU. Muchísima plata, pagada por miles deseosos de asustarse.
Hablando de otra cosa, no he visto Amsterdam, de David O. Russell. Pero puedo decir que impresiona el reparto: Christian Bale, Margot Robbie, Anya Taylor-Joy, Michael Shannon, Chris Rock, Taylor Swift, Rami Malek y Mike Myers son los nombres más conocidos. Además, Robert de Niro, que siempre se cuece aparte. Del director Russell uno recuerda, sobre todo, El lado bueno de las cosas (Silver Linings Playbook; 2012) y Escándalo americano (American hustle; 2013), multi-nominadas al Oscar. Espero hablar pronto de Amsterdam, pero ahora mismo –siempre– tiene prioridad el Deportivo Toluca.
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