Como bien sabemos, fue a partir de la novella escrita por Prosper Mérimée que Georges Bizet creó la ópera Carmen, estrenada en 1875. De ella –y de la línea argumental de Mérimée– el cine ha emprendido diversas adaptaciones, como Carmen Jones (1954), de Otto Preminger, interpretada por actores negros y ubicada en la Norteamérica de los 40s; Carmen (1983), de Carlos Saura, en versión dancística, con el flamenco como vehículo principal, y Carmen (1984), de Francesco Rosi –con Julia Migenes-Johnson y Plácido Domingo en los papeles de Carmen y Don José— fiel esta sí a la música de Bizet y al libreto de Henri Meilhac y Ludovic Halévy. Lo menciono porque ahora mismo exhibe en Puebla Carmen (2022), ópera prima del bailarín y coreógrafo Benjamín Millepied, esposo de Natalie Portman, por cierto. De producción franco-australiana –filmada en Australia– es una “reinvención” del concepto original, situándose en la frontera de EEUU con México y lugares aledaños. La música es de Nicholas Britell, con canciones originales de Britell, Taura Stinson y Julieta Venegas, además de escucharse la icónica Mal hombre en la voz de la formidable Lydia Mendoza.
La historia presenta a Carmen (la regiomontana Melissa Barrera), huyendo desde Chihuahua hacia la frontera norte, tras del asesinato de su madre por parte de un cártel. A partir de otro evento igualmente sangriento, su destino queda unido al del desencantado veterano de guerra Aidan (Paul Mescal), con quien huye a Los Ángeles para buscar protección en el cabaret de Masilda (Rossy de Palma), amiga de su madre desde siempre. Con la policía detrás de ellos, Carmen y Aidan, amantes ya, enfrentan su sino trágico en el marco de coreografías (perfil del director) que oscilan entre lo onírico, lo surreal y lo ritual, para una suerte de realismo mágico de mucha belleza que, no obstante, puede no ser del gusto de todos, al detener la progresión dramática de los eventos que desdoblan en el entorno (una de las maneras en que los musicales operan). Como sea, la Carmen de Millepied –que adolece, es cierto, de una backstory más puntual de ambos protagonistas– tiene lo suficiente para resultar una experiencia gratificante, si bien no del todo memorable. Ojalá muchos se animen a verla, incluso si son seguidores puristas de lo hecho por Bizet, que en esencia aquí no está, según dije. Aplausos al ensamble actoral en pleno, con énfasis para Melissa Barrera, Paul Mescal y Rossy de Palma, cuya Masilda es la que en especial aporta los rasgos de misticismo buscados por la apuesta formal de la película.
En cuanto a los títulos por llegar a salas cinematográficas, lo de más expectativa parece ser el drama histórico Oppenheimer, de Christopher Nolan, a propósito de J. Robert Oppenheimer, el científico vinculado al desarrollo de la bomba atómica, encarnado en el film por Cillian Murphy. El espectacular reparto incluye a Emily Blunt, Matt Damon, Robert Downey Jr., Florence Pugh, Gary Oldman, Kenneth Branagh, Casey Affleck y Josh Hartnett. También hay que estar atentos a Blanquita, del chileno Fernando Guzzoni, reconocida en los festivales de Venecia, Palm Springs y Huelva. La trama alude a un escándalo sexual que involucra a políticos y poderosos, con la protagonista como pieza medular del caso que se detona. Por lo demás, el horizonte viene muy “color de rosa” con el inminente estreno de Barbie, dirigida por la tres veces nominada al Oscar Greta Gerwig, realizadora de la excepcional Lady Bird (2017). Para fans, claro, de las Barbie, los Ken y, supongo, de Ryan Gosling y Margot Robbie, que estelarizan esta aventura. Su logline reza lo siguiente: Barbie atraviesa por una crisis que la hace cuestionar su mundo y su existencia. Pero lo mejor es el tagline en el cartel: Ella lo es todo. Él sólo es Ken. No lo sé; creo que me la voy a saltar, a pesar de que no suelo perderme películas que incluyan a Dame Helen Mirren. Por suerte, en esta sólo es narradora, así que…