Por su riqueza en todos niveles, no es fácil hacer una valoración inmediata y definitiva de Oppenheimer, el drama histórico en modo de biopic de Christopher Nolan. Cual se sabe, alude a J. Robert Oppenheimer, el científico considerado “padre” del desarrollo de la bomba atómica. El film procede del libro ganador del premio Pulitzer American Prometheus: the triumph and tragedy of J. Robert Oppenheimer, de Kai Bird y Martin J. Sherwin, editado en 2005. Una intensa mirada al personaje, desde su juventud hasta sus años finales, en un recorrido que lo vio pasar de héroe a presunto traidor; de triunfador, a víctima. Dicho en breve, el cuerpo de la narrativa es el timeline de los eventos y las decisiones que condujeron a Oppenheimer –encarnado por Cillian Murphy– al liderazgo de la concreción de la bomba atómica antes que los nazis, en feroz carrera contra el tiempo. Finalmente, con los impactantes resultados conocidos, el arma se empleó sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, concluyendo así la guerra del Pacífico con la rendición japonesa. A partir de ello, Oppenheimer fue celebrado universalmente; incluso, llegó a mencionársele como el hombre vivo más trascendente de la época. Pero pocos años después –entorno ya de la guerra fría y el macartismo— la ambigüedad de sus vínculos con comunistas y el comunismo lo pusieron en duda, bajo sospecha (y más que eso), cambiando radicalmente la perspectiva: a fin de cuentas, ¿era Oppenheimer un anti-americano? Así de rotundo y drástico el giro sobre el científico, con velados, pero intensos, intereses políticos detrás. Justo lo que un intercambio verbal “profetiza” en la película, muchos minutos antes: “Estos tipos nos necesitan, hasta que dejen de necesitarnos…”.
Con duración de 180 minutos y mediante fotografía en color y blanco y negro de gran formato, Oppenheimer narra todo esto —Historia, con mayúsculas, y sus consecuentes intrigas palaciegas– aprovechando un cast estelar, en el que principalmente acompañan a Murphy: Emily Blunt (Kitty Oppenheimer), Matt Damon (Leslie Groves), Robert Downey Jr. (Leslie Strauss) y Florence Pugh (Jean Tatlock), con apariciones también de Kenneth Branagh, Casey Affleck, Gary Oldman, Josh Hartnett y Rami Malek, entre otros. Los saltos temporales son el recurso que abisagra los eventos, ilustrados con visualidad espectacular, al igual que con montaje, diseño sonoro y dirección de arte de la misma estatura. En tanto que es –claro– un film más de imperativos histórico-políticos que sólo “científicos”, los intercambios de diálogo son incesantes y, algunas veces, difíciles de procesar en cuanto al caudal de información. De ahí que Oppenheimer alcance sus mejores momentos –esos cumbre, digamos– cuando escapa del rasgo anterior. El mejor ejemplo es la alucinante secuencia de la prueba de detonación del “dispositivo” en la sierra de Nuevo México. Su expectativa, su contundencia, su contrapunteo sonoro –su belleza, a fin de cuentas– bien retribuye la espera por algo monumental para nuestros ojos y no sólo para los oídos. Justo ahí y entonces confluyen el sentido y los esfuerzos del Proyecto Manhattan…obviadas en ese momento, todavía, las aristas morales y sus dolorosos filos.
No hay duda de que Oppenheimer –rigurosa, reveladora, poderosa– es una relevante, gran película; a discutir, la mejor de Christopher Nolan. De todas formas, queda la impresión de que su valoración y status definitivos no están ahora, sino llegarán con el paso del tiempo, con una más cabal comprensión de su ser orgánico, superadas ya las euforias y moda de estos días. Eso sí, Paul Schrader –guionista de Taxi driver y director de Mishima, entre otros logros– ya refiere al de Nolan como “el mejor y más importante film de este siglo”. Y seguro sabe de lo que habla. Así que, ahora mismo, la opción inmediata e ineludible en salas cinematográficas es Oppenheimer. Aunque claro, estamos en días probatorios de que hay quienes prefieren ver al mundo mucho más color de rosa.
