El calvario del nómada
Mudarse de casa es una tarea que nadie quisiera tener. Sobre todo, cuando el cambio de “jacalito” es obligado. ¿Dónde quedó aquél “Señor Barriga” que le perdonaba la renta innumerables ocasiones al descarado “Don Ramón”?
No. En la actualidad, si no pagas renta, te dan una patada en el “cucurucho” y te invitan a buscar en el aviso clasificado, una morada acorde con tus posibilidades económicas.
El tema es que no alcanza para lo que quieres, porque seguramente todos íbamos a pedir casa con jacuzzi en el jardín, cochera para dos autos, gas natural, que no haya mucho ruido, que sea segura y que las vecinas sean unas esculturales féminas de generosas y disfrutables curvas.
Medianamente podrás encontrar una humilde habitación donde pernoctar, que no rebase los 225 pesos con los que cuentas. Encontrar algo digno, es muy difícil. Pero es una necesidad imperiosa.
Finalmente, decides que la zona donde vivías anteriormente, es muy bonita y buscas una opción ahí. La encuentras, te ilusionas, te imaginas ahí, en pocas palabras, “ya te viste”. El papel moneda en tu poder, cubre el costo del lugar.
Ahí viene el problema. Te pedirán fiador, mes de depósito, renta adelantada, firmar pagaré que cubra el tiempo de renta, copia de identificación, certificado de vacunación, acta de nacimiento de tu abuelita y apuntes de civismo de quinto grado de primaria.
De todo eso, sólo tienes el recuerdo de que fuiste a la primaria y una identificación que tiene el domicilio de, digamos Chiltepec. Eso no nos sirve de mucho. Optas por poner tu cara de sufrimiento y convences al casero de que haga una excepción y llegas a un feliz acuerdo.
Ya tienes casa. Ahora, viene lo difícil. Necesitas un vehículo para cargar tus “chivas”. Encuentras uno que no cobra caro y que parece que sí corre a más de 12 kilómetros por hora. Total, no te mudarás muy lejos.
Haces inventario de tus pertenencias. Cuando llegas a tu nuevo “cuchitril” todo parece estar en orden, pero a la semana de instalado te das cuenta de que falta el 27.2% de lo que tenías en el papel. Ni cómo reclamar.
Te levantas de semejante trance y vas con el ánimo renovado para contratar el gas, el Internet y el teléfono. Te encuentras con el pequeño detalle (que olvidó mencionar el casero) de que en todos los servicios hay un adeudo del inquilino anterior. Y claro, si quieres contar con ellos tendrás que cubrir dicho pago.
Ni hablar, hay que pagar, apechugar y llegar con ánimo a una nueva vida, con un espléndido “chalet suizo”. ¿Habrá alguien qué disfrute mudarse?
Foto: alvaro tapia hidalgo
Manuel Frausto Urízar