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¡Que no, que no!

Seguramente recordarán aquella canción que interpretaban Rocío Dúrcal (q.e.p.d.) y Juan Gabriel (“Déjame vivir”), en la que ella daba por terminada su relación amorosa. Según narraba la historia no había esperanza de reconciliación y él, de manera muy “delicada”, insistía: “¿no quieres nada naranaranaranaranara?” La respuesta era contundente: “¡que no, que no!”.

Admiro a la gente que sin sentimiento de culpa se atreve a decir “no”, cuando algo le incomoda, o simplemente está en desacuerdo en que un tercero le organice la vida.

¿Por qué nos cuesta -a algunos- tanto trabajo negarnos? Son dos simples letras, una palabra muy pequeñita y no es tan difícil de pronunciar. El problema viene cuando nos afligen los sentimientos del otro; cuando nuestra educación nos impide decir lo que pensamos para no herir susceptibilidades y se nos dificulta esquivar el bache de “quedar bien con todo el mundo”.

¿A quién no le ha pasado que un sábado por la noche, con todas las ganas de quedarse en casa a ver una película, leer o simplemente descansar, tiene que emperifollarse para ir a la “cenita” del primo hermano del compadre de la vecina al que le fue imposible decirle que no? Resulta que lo agarraron “de bajada” y no se le ocurrió un buen pretexto para negarse.

O aquellas que por evitar que la gente en el supermercado las juzgue como madres desnaturalizadas, acceden a comprarle la paletita al chamaco. No sin antes haber pasado el “teatro” donde el muchachito se ha revolcado por los pasillos durante media hora, rogándoles a moco tendido, que le compren no sólo la paletita, sino otros 387 artículos más. O peor aún, que pudiste haber reducido tu lista de novios de 16 a 5 (sólo los menos malos). Pero como no querías herir sus sentimientos le decías que sí ¡hasta al jardinero¡!!, (no es mi caso ¿eh?, porque el jardinero era mi hermano).

Bueno, ejemplos hay miles. Lo cierto es que también nos cuesta trabajo aceptar un “no” por respuesta, y entonces nos damos a la tarea de insistir hasta que la única salida para el interlocutor es decir que sí. A veces pienso: o está persona es demasiado necia, o yo soy muy débil, pero eventualmente acabo diciendo que sí, cuando quería decir que no.

Deberíamos aceptar que cuando la gente tiene ganas de ir a donde la invitas y puede, no tiene problema en decir que sí y cuando no pues no, (me estoy sintiendo un poco identificada con Cantinflas). Qué mejor que tu reunión sea todo un éxito, sabiendo que quien ahí departe, es porque realmente así lo quiso y no por compromiso, aunque de los 300 invitados sólo vayan dos, pero eso sí ¡bien convencidos!

Saber decir “no” tiene sus ventajas: de entrada seríamos menos en el planeta, seguramente tendríamos más lanita, más tiempo y menos ojeras. Quizá también menos amigos, pero sinceros.

¿Que si pueden hacerme comentarios? ¡Por supuesto que sí!, no puedo negarme.

Foto: nathangibbs

Ana Cristina

De generaciones…

Muchas veces nos quejamos de las nuevas generaciones, que con los años parece que vienen revolucionadas. En cualquier cuestión nos ganan y hasta nos pueden dar clases. Pero bueno, no creo que debamos culparlos, todo el mundo está cada día más acelerado.

Ya nada se parece a lo de antes, y lo digo yo, que nací a finales de los 80 y me formé en los 90.

Si escuchaba a la Onda Vaselina, Fey y Gloria Trevi en su mejor momento, ahora los “chamacos” viven con la filosofía Daddy Yankee y le dan más gasolina. Yo, en tanto, buscaba a mi media naranja y me comía una papa sin cátsup.

Y bueno, qué me dicen de las caricaturas, a mí me tocaron los Picapiedra y los Pitufos, la caricatura más grosera fue la de Pokémon 1 –porque ahora ya va la temporada mil ocho mil- y la Vaca y el Pollito, que de verdad era una basura. Hasta teníamos más criterio para elegir qué ver.

En estos días la mejor forma de castigar a los niños que hacen cosas mil veces peores de las que hacíamos nosotros, es dejarlos sin televisión o sin videojuegos, cuando antes el castigo más horrible era no dejarnos salir a jugar “bote pateado” con los vecinos; porque eso sí, disfrutábamos de salir a jugar con la bicicleta o los patines y no de estar encerrados jugando Xbox y comiendo palomitas.

Pero yo también puedo hablar de videojuegos: mataba patos y me enojaba con el perro burlón que se ríe para dentro, rescataba a la princesa con vestido rosa y montaba un din

osaurio verde come manzanas con botas chistosas, yo sí le soplaba a los cartuchos viejos y los cambiaba entre los cuates. También creíamos que era una verdadera odisea presionar tantos botones – que no pasaban de 8 por control- ahora los niños de 5-6 años se las ingenian para presionar hasta el doble de los de antes. A mí se me hace que las nuevas generaciones nacerán con un dedo de más, Darwin es un señor muy sabio.

Qué decir de los correos, nosotros los creamos a los 15 años y tenían las iniciales de nuestros nombres o la fecha de nacimiento, y ahora, ya tienen correos como “afrodita_sexy”, o “dragón_azul”.

Las generaciones cambian, no nos queda de otras más que adaptarnos a los nuevos tiempos e inventarnos otro año para que se acabe el mundo, por que el 2000 ya pasó.

Foto de sean dreilinger

Fla-k

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