Se entiende por democracia el sistema de organización política que se basa, según la definición clásica, en que la voluntad del pueblo – la polis griega, que significaba a la vez pueblo y estado – representada por mecanismos de participación ciudadana es el origen de legitimidad del gobierno y este tiene como obligación primordial atender a la mejor conveniencia de esta polis.
Aristóteles concebía el Estado democrático como la sociedad de hombres libres que deciden reconocer un gobierno y mediante asambleas acuerdan las decisiones fundamentales para el conglomerado social. La democracia, en resumen, proponía una organización política donde el ciudadano, su bienestar, su educación, su progreso, estaba en el centro de la preocupación del gobierno que dependía precisamente de la voluntad de la mayoría de estos mismos ciudadanos.
Las democracias modernas, la norteamericana y las europeas muy marcadamente, presumen de representar al pueblo de sus naciones y de respetar su voluntad soberana que se expresa a través de mecanismos varios, el poder ejecutivo, el judicial – cuya independencia es fundamental para que se viva en auténtico estado democrático – y el legislativo que viene a ser la expresión contemporánea de las asambleas originales.
Pero en la actualidad la organización política «democrática» esta perdiendo su sentido fundacional. Vemos – veo, con preocupación – que la libertad de empresa y sus consecuencias, el llamado libre mercado como principal expresión, y los organismos financieros, son preponderantes sobre el bienestar ciudadano. Con el cuento del crecimiento económico, de la creación de riqueza para después repartir más, se ha olvidado al pueblo y su bienestar como objeto central del trabajo del gobierno. El capitalismo descarnado esta creando una élite de privilegiados muy menor, las grandes corporaciones y sus empleados, que avasallan a las mayorías que producen la riqueza con su trabajo y también con su consumo y el Estado no es capaz de funcionar como intermediario entre los desiguales para dar armonía a la sociedad; cada vez más, los gobiernos están actuando como brazo armado de los grandes consorcios, no como servidores de las mayorías.
Por eso, lo que esta sucediendo en Grecia hace alentar esperanza de volver al origen a los sistemas democráticos contemporáneos. Cuando los países pequeños o con gobiernos corruptos o incapaces – México como lamentable y vergonzoso ejemplo – se pliegan a la voluntad de los organismos financieros aunque provoquen hambre e injusticia en sus pueblos pareciera que es inútil cualquier esfuerzo para modificar la realidad; pero cuando es un país miembro de la comunidad económica europea el que se rebela, un país del llamado primer mundo, que además es cuna de la civilización occidental y del sistema democrático, la esperanza renace.
Ojalá pueda Grecia volver a poner en claro que los gobiernos y las organizaciones políticas y financieras deben servir a la polis, al pueblo, no al revés. Yo apoyo a Grecia en su postura digna, democrática.