Hace ocho días comenté en este espacio sobre el estreno en EEUU –aunque con distribución limitada– de Buena Vista Social Club: Adiós, un documental de Lucy Walker sobre los extraordinarios músicos cubanos del legendario Buena Vista Social Club, con Omara Portuondo y Manuel Guajiro Mirabal en pantalla, entre otros. Mencioné que si hace 18 años el Buena Vista Social Club de Wim Wenders nos volvió locos, era tiempo de retomar el tema (y de recuperar la memoria) con BSC: Adiós. Las reacciones de los críticos no se hicieron esperar, de las cuales, con el debido crédito, aquí replico algunas. Por ejemplo, la opinión de Katie Walsh, del Los Angeles Times: “Hermosas gemas de sabiduría y lecciones de vida están contenidas en Buena Vista Social Club: Adiós. La película es una edificante celebración de esta música, humanizándola y contextualizándola más allá de su popularidad, ubicando sus raíces entre una historia conformada de política, colonialismo, opresión y racismo”. También esto, publicado por el Chicago Sun-Times: “Por su naturaleza, Buena Vista Social Club: Adiós carece del estimulante ‘descubrir’ del documental de Wenders. Pero como aquel, llega hasta tus fibras sensibles y ya no te suelta”. Y finalmente, lo escrito por Glenn Kenny en el New York Times: No es tan poético, ni tan inmediatamente disfrutable como el primer film; pero es más recio y más analítico, con retos reales incrustados en sus placeres”. Y bueno, como lo pregunté hace ocho días: ¿a quién hay que matar para que estrene (pronto) en México este nostálgico documental?
Cambiemos de tema. Estrenaron dos películas muy distintas, que bien valen la pena. La primera de ellas es el drama histórico-político La promesa (The promise), del mismo Terry George que tanto conmoviera con Hotel Rwanda en 2004. Si en esta el director nos echó a la cara la masacre de Tutsis en la Ruanda de los 90s (por parte de la milicia de los Hutu en el poder), George nos ubica ahora en 1914-15, en los estertores del Imperio Otomano, para ofrecer la historia de dos hombres enamorados de la misma mujer, en el cruel contexto del exterminio armenio por parte de los turcos. En la película –en medio de sus sentimientos amorosos (y a pesar de ellos)– los tres personajes centrales van tornándose inesperados, frágiles héroes, en sus esfuerzos por salvar al mayor número posible de perseguidos por el odio racial. Esos personajes son Mikael (Oscar Isaac), un armenio estudiante de medicina; Ana (Charlotte Le Bon), una instructora de danza, también de linaje armenio, y Chris (Christian Bale), un reportero gráfico de la Associated Press, norteamericano. Acorralados por los eventos de los tiempos y mundo que viven –cuyas marcas no son otras que la intolerancia y la crueldad– los tres dejan de lado sus propios deseos y búsquedas, porque primero está la gente, desde luego. Jamás será de otra manera. Irregular en lo cinematográfico, pero conmovedora y superlativa en humanidad, se agradece –en todo lo que vale– a Terry George y a La promesa el hacernos recordar (o conocer) otra etapa vergonzante, una más, de la historia del hombre.
La segunda cinta a tener en cuenta es ¡Huye! (Get out), ópera prima de Jordan Peele, cuya sugerente situación de arranque es esta: una joven blanca pide a su novio pasar el fin de semana en la casa de campo de sus padres, que desconocen que él es negro. Algo como para una potencial comedia negra, que nunca llega. En cambio, lo que detona es un logrado ejercicio en misterio y horror, que muy bien equilibra el drama con los respectivos rasgos genéricos, para una sorpresiva película que por igual contiene acción, humor, giros y guiños en adecuado balance, con lo racial, claro, siempre latente e insuperado. ¡Huye! está asumida en el tono preciso por su reparto, cuyo único nombre realmente conocido es el de Catherine Keener. Finalmente, les cuento: la película costó 5 millones de dólares y lleva recaudados 180 millones de verdes. (Y yo, invirtiéndole al Progol…).
